«Los apristas juran que Alan García no es un ladrón». Así empezaba la crónica que publicaba ayer el diario argentino Página/12, enviada desde Lima por su reportero Carlos Noriega. El arranque tenía su tanto de ironía, pero no demasiada, porque es verdad que los integrantes del Partido Aprista Peruano (PAP) –cuyo nombre evoca el de la histórica Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA)– centran lo esencial de sus discursos en la defensa de la honradez actual de su líder máximo. No se toman el trabajo de pretender que su anterior paso por la Presidencia de la República, entre 1985 y 1990, tuviera nada de modélico. Admiten que aquel Perú fue el paraíso del latrocinio, pero alegan en descargo de García que quienes se dedicaron entonces al robo a gran escala fueron los ministros y los altos cargos de su Gobierno; no él. Lo que no quita para que el propio García tenga aún causas judiciales pendientes por corrupción y enriquecimiento ilícito.
La segunda frase de la crónica de Página/12 nos aproxima al otro candidato que acude mañana a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales: Ollanta Humala, de la Unión por el Perú. «Los seguidores de Ollanta Humala aseguran que su líder no es un violador de los derechos humanos», escribe Noriega, manteniendo el tono sarcástico.
Humala es un ex militar que fue instruido en la Escuela de las Américas, de triste recuerdo, al que se le reprocha haber cometido actos de brutalidad contra la población campesina en la época en la que participó en el combate contra Sendero Luminoso. Los archivos de agencia en los que he encontrado noticia de esos reproches hablan de «presuntos actos de brutalidad». Los hay que también califican a Humala de «golpista» por haberse levantado en armas contra la dictadura corrupta de Alberto Fujimori (lo que indica un uso decididamente generoso de la calificación de «golpista»).
He oído y leído cosas muy terribles sobre Ollanta Humala (que si es partidario de ejecutar a los homosexuales, que si se declara admirador de Benito Mussolini... en fin, cosas de ese tenor), pero no he encontrado en ningún lugar, probablemente por culpa mía, las referencias entrecomilladas a las intervenciones, entrevistas o lo que sea en las que el candidato nacionalista haya manifestado esas ideas.
Humala se presenta a las elecciones con un programa cuyo esqueleto es bastante sencillo: dar prioridad a la mayoría mestiza e indígena, licenciar a la clase política corrupta y poner coto a la rapiña de las multinacionales. Evo Morales le ha dado su apoyo, lo mismo que Hugo Chávez.
Mi conocimiento de la realidad peruana es tan magro que apenas puedo decir nada sobre ella sin arriesgarme a patinar de lo lindo. Lo único que tengo meridianamente claro es que el futuro de Perú no está en Alan García, por mucho que el PSOE pretenda lo contrario y haya enviado a Trinidad Jiménez para que acompañe al candidato aprista en sus mítines.
Me parece igualmente un dato de interés que las potencias occidentales –y los medios de comunicación que les son afines– estén dando tanto la cara por García y se lancen de manera tan furibunda contra Humala, al que acusan de mil y una barbaridades sin molestarse siquiera en aportar alguna prueba o remedo de tal que avale sus afirmaciones.
Esa fijación anti-Humala me mueve instintivamente a simpatizar con su causa, pero la experiencia me ha demostrado más que de sobra que no siempre los enemigos de mis enemigos me valen como amigos.
En todo caso, hay algo que roza casi lo evidente: América Latina se está moviendo. Al margen de los viejos esquemas, por caminos insospechados y a veces contradictorios.
Que es como se mueve todo lo que está vivo.