Imagino que será nutrido el contingente de la ciudadanía vasca que estará perplejo ante algunas de las discusiones más en boga dentro de la grey política local. Yo lo estoy.
No lo digo por el anuncio hecho por la vicepresidenta Fernández de la Vega de que el Gobierno central no permitirá que se celebre en Euskadi ningún referéndum que él no haya autorizado. Eso es importante, pero secundario, porque la Constitución Española no prohíbe otras modalidades de consulta distintas de los referendos, y no hay nada que impida no ya a los gobiernos autónomos, sino incluso a las empresas dedicadas a los sondeos de opinión, realizar consultas destinadas a conocer las inclinaciones de la ciudadanía. El Gobierno vasco podría proponer a la ciudadanía de Euskadi la realización de una macroencuesta en la que el universo de las personas consultadas fuera la totalidad de la población. Que una consulta hecha en tales condiciones careciera de fuerza vinculante a efectos legales no anularía su trascendencia política, siempre que la convocatoria suscitara una participación mayoritaria.
Más liada –para mí, al menos– resulta la discusión sobre si una consulta de ese género, o similar, podría ser convocada estando ETA en activo. Porque estoy de acuerdo con Ibarretxe en que no hay que permitir que ETA fije a bofetadas el orden del día de la política vasca, obligando a la inmensa mayoría a hacer (o a dejar de hacer, en este caso) lo que tenga a bien para orientar su futuro. Pero también me hago cargo de que la realización de una consulta en la que muchos de los invitados a votar no pueden defender su opción con libertad, porque están amenazados, resulta cualquier cosa menos atractiva.
Claro que tampoco ignoro que otra parte significativa de la población –la integrante de la llamada izquierda abertzale– tiene asimismo no pocas dificultades, aunque de otro género, para defender su opción con libertad. Y que estamos hablando de un Estado que prohíbe a la población vasca votar en referéndum sobre su futuro.
¿Entonces? Pues lo que digo: que me siento perplejo, aunque no renuncio para nada a llegar a conclusiones, y cuanto antes mejor.
Podrían servirme de brújula circunstancial las estrategias generales que siguen quienes defienden lo uno y lo otro. Pero tampoco demasiado.
Yo no oculto que, puesto a tener que elegir entre una alianza PNV-EA-EB-Aralar, como la que (más o menos) sustenta el Gobierno vasco actual, y un pacto PNV-PSOE, como el que asentó el Gobierno del lehendakari Ardanza, prefiero la primera de las posibilidades. Como mal menor, por supuesto.
Básicamente porque recuerdo cómo funcionó el mano a mano de Ardanza con los Jáuregui, Rosa Díez y demás.
Seguro que también Ibarretxe lo recuerda, porque le pilló de muy cerca. Es posible que eso explique las pocas ganas que tiene de facilitar la repetición de la experiencia.
Ahora bien: si los partidos que están aliados con el PNV en el Gobierno de Vitoria tienen tan claro que ésa es la coalición política que más les convence, ¿por qué se han dedicado a confundir a sus propias bases sociales jugando a aliarse con el PSOE en algunos ayuntamientos y diputaciones? ¿Pura realpolitik? ¿Y por qué el cinismo político habría de valer a la hora de formar una diputación o un ayuntamiento, pero no el Gobierno autónomo?
A decir verdad, todo esto también me tiene bastante perplejo. Porque no veo la razón por la cual haya que considerar aberrante aliarse con el PSOE para gobernar en la Comunidad Autónoma Vasca pero, a la vez, defender a capa y espada la alianza con el PSOE en la Comunidad Foral de Navarra.
Antes he citado el mal menor. ¿Es en eso en lo que piensan algunos? ¿En que el PSOE no hace falta para gobernar en Vitoria, pero era (¿es?) imprescindible para gobernar en Pamplona? Acepto que se trata de un criterio estimable. Pero, si el criterio es ése, que no aleguen razones de incompatibilidad de principios cuando se refieren al gobierno de la CAV. Que apelen, sin más, a las conveniencias circunstanciales.
Lo que me digo yo, y lo mismo me equivoco, es que, si los vascos que no estamos en el negocio de la política profesional, pero contamos con un bagaje teórico y de información relativamente alto, nos sentimos tan desconcertados y tan mal en nuestra piel, la población corriente y moliente debe de estar bastante peor todavía, sin saber a qué atenerse en casi nada y, sobre todo, sin saber de quién fiarse, si es que puede fiarse de alguien.
Que, en el fondo, es el problema principal.
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P. D. Soy un exagerado. Recuerdo ahora lo que escribí ayer y constato que a estas primeras horas de la mañana, cuando empieza a clarear el cielo, la calle en la que vivo en Madrid está bastante tranquila. Dentro de lo que cabe.