Las relaciones entre el mundo de la política profesional y el ámbito del periodismo están tomando un sesgo interesante, por lo que tiene de revelador.
En tiempos ya tirando a lejanos, era criterio general –aunque no unánime– que los periodistas debíamos mantenernos alejados de las banderías partidistas y, desde luego, de la militancia, como muestra de la independencia de nuestro trabajo. Era un signo externo muy poco fiable, a decir verdad, porque todos conocimos periodistas teóricamente independientes que defendían la causa de uno u otro partido (literalmente: del uno o del otro) con entusiasmo digno del más sectario de sus integrantes, y convivimos también, en el lado opuesto, con periodistas de filiación conocida (casi siempre muy distante del uno y el otro de los antes aludidos) que trabajaban con plena libertad de espíritu, sin aceptar instrucciones de ningún jefe extraprofesional.
Consciente de que en el gremio periodístico, como en casi todos los demás, sólo se considera politización excesiva la de izquierdas, hace ya muchos años que no sólo me he mantenido ajeno a cualquier militancia formal, sino que incluso me he abstenido de prestar apoyo explícito a ninguna formación política (*), decisión que me ha venido facilitada por el hecho de que ninguna me ha convencido nunca lo suficiente. Tengo claro que, como he dicho, esa independencia vale lo que vale, y tiene más que ver con aquello que dice el tópico sobre la mujer del César (lo de no sólo serlo, sino también parecerlo) que con ninguna prueba medianamente rigurosa.
Pero no hay más que echar un vistazo a la actualidad para comprobar que todo este tinglado de convenciones propio de la profesión periodística se está yendo a pique a toda velocidad. Hoy mismo sale la noticia de que Carmen Martínez Castro, durante algún tiempo conductora del informativo La Brújula, de Onda Cero y últimamente editora del informativo del mediodía de esa cadena de radio, ha decidido pasarse a la política activa en las filas del PP. Parece que aspira a ser diputada regional. Hace apenas un par de semanas fue el turno de Cayetana Álvarez de Toledo, que trabajaba en la sección de Opinión de El Mundo y como contertulia de la Cope. Ángel Acebes la ha convertido en su brazo derecho.
No es sólo cosa del PP. El trasiego entre el grupo Prisa y el Gobierno (y el partido que lo sustenta) se ha vuelto también constante. El caso más reciente, pero en absoluto el único, es el de Àngels Barceló, que se ha hecho cargo del canal de televisión del PSOE por internet.
Lo más significativo de esos pases del periodismo a la política es que son de ida y vuelta. Antes, si un periodista dejaba la profesión para ocupar un cargo propio de un militante de partido, se daba por hecho que había emprendido un viaje sin retorno. Su carrera quedaba marcada para siempre. Ahora no. Ahora se dan un garbeo por la política y, cuando se hartan –ellos del partido o el partido de ellos–, vuelven a la práctica periodística, y tan campantes todos. Admitamos que la cosa no tendría mayor importancia si su labor periodística estuviera volcada en la crítica de teatro o en las crónicas deportivas, por ejemplo. Pero es que la mayor parte de las veces tiene que ver con la opinión.
Junto a ellos, cobra cada vez más peso otro espécimen característico: el del periodista-político (o político-periodista, según los días y su estado de ánimo). Me refiero a los periodistas que no se conforman con contar y juzgar lo que sucede y ponen todo su empeño en protagonizarlo, repartiendo papeles y consignas y conspirando en privado full time, hasta convertirse en auténticos poderes fácticos.
Lo verdaderamente excepcional es que ya nada de todo esto es excepcional. La rareza es que aún queden periodistas de cierto peso que no escriban o hablen por boca de ganso.
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(*) En las últimas elecciones autonómicas vascas apareció una lista de «personalidades» que apoyaban la candidatura de Javier Madrazo. Mi nombre fue incluido en esa lista. Se trató de un error. De hecho, Ezker Batua se había puesto en contacto conmigo para pedirme respaldo y yo no accedí a dárselo. Y ello por dos razones, que expliqué a los amigos que me plantearon la demanda. La primera fue la formal ya mencionada, relativa a la independencia política. La segunda, más de fondo, tiene que ver con mi observación exterior de la política vasca. No viviendo en Euskadi, mi conocimiento de la realidad vasca tiene no poco de libresco. Ni yo mismo me fío demasiado de él. Al parecer, se produjo un lío de papeles en la sede electoral de EB-IU y confundieron lo que era una relación de personas con las que habían tomado contacto con la lista de los que les habían dado su aprobación. Me ofrecieron hacer un comunicado desmintiendo mi apoyo, pero me pareció que el remedio podía resultar peor que el mal. Tampoco me doy tanta importancia. Preferí dejarlo pasar. Por lo demás, es cierto que mantengo una buena relación personal con varios dirigentes de EB-IU, entre ellos el propio Madrazo.