El falso firmamento de la Prensa española está lleno de presuntas estrellas del llamado «periodismo de investigación» que se las dan de saberlo todo de todo y de estar al cabo de la calle de los más escondidos secretos. Lo cierto es que, por lo general, su supuesta labor de investigación consiste en oír con avidez, creerse a pies juntillas y escribir artículos que dan apariencia de seriedad a los cotilleos que tal o cual político de pro, empresario de campanillas o jefe policial les hace con la desinhibida campechanía propia de los compadres de muchas alegres sobremesas.
Anteayer, durante el coloquio que siguió a una conferencia que pronuncié en A Coruña, un joven se interesó por la «información» que se publicó hace años sobre una supuesta «conspiración republicana» que se habría montado para acabar con la Presidencia de Felipe González por el original procedimiento de derrocar al rey. Esa «conspiración», a la que proporcionó aval Luis María Anson en uno de sus no muy infrecuentes ataques de ombliguismo agudo, habría tenido como protagonistas a Mario Conde, Alfonso Guerra, Antonio García Trevijano y Pedro J. Ramírez. Uno de los enterados que informaron sobre aquella «conspiración» añadió otro nombre al póquer de conspiradores: ¡el mío! Aseguró que yo era «la guinda izquierdista» de la tarta. Excuso decir que nadie me llamó jamás para contrastar esa historia o al menos para preguntarme si tenía algo que alegar antes de publicarla. Le habría dicho que jamás en mi vida había hablado con Mario Conde, que con Alfonso Guerra sólo hablé una vez, en 1977 –y que nuestro encuentro acabó como el rosario de la aurora, a grito pelado–, y que con García Trevijano sólo conspiré en los tiempos de la Platajunta, a favor de la ruptura democrática. La patraña, no obstante, se publicó, y aún queda gente que, lógicamente, duda sobre su veracidad.
El País sufrió ayer un patinazo de los que hacen época. Salió a los quioscos por la mañana con una información sorprendente. Ocupaba la práctica totalidad de su página 22 y llevaba un titular muy llamativo a cuatro columnas: «El Rey llamó a Rajoy antes de la sesión de control para pedir al PP apoyo institucional». La supuesta noticia, firmada por Ernesto Ekaizer, daba toda suerte de detalles sobre la petición que Juan Carlos de Borbón habría hecho a Rajoy a sugerencia –se decía– de Rodríguez Zapatero. El autor basaba el conjunto de sus aseveraciones en «fuentes parlamentarias» indeterminadas.
Lo que vino a continuación fue tan llamativo como la presunta noticia. Pocas horas después, la edición digital de El País incluía una rectificación, firmada por el propio Ekaizer, en la que se decía, literalmente: «El rey Juan Carlos no llamó por teléfono al presidente del Partido Popular, Mariano Rajoy, después del comunicado de la banda terrorista ETA y antes de la sesión de control del Congreso de los Diputados, en contra de lo que informaba hoy el diario El País.»
¿Cómo son posibles patinazos así? Por la desenvoltura con la que los medios, incluidos los que se las dan de más serios, publican supuestas noticias que, por unas u otras razones, que pueden ir desde la desidia y la frivolidad hasta la pura y dura mala fe, no se toman el trabajo de comprobar, de corroborar, de contrastar con los afectados.
Me da igual que el autor del artículo tuviera el convencimiento de que sus «fuentes parlamentarias» eran estupendísimas. Era la dirección del periódico la que debería haberse negado a sacar una exclusiva como ésa, sin que nadie con conocimiento de causa se responsabilizara de lo afirmado y sin haber dado a los aludidos la posibilidad de ratificarlo o de negarlo.
Ahora ya sólo nos falta saber lo que sucedió de verdad. No sólo entre Zapatero, el rey y Rajoy, sino también en El País.