El dependiente de El Corte Inglés, departamento de informática, mira al cliente con toda la seriedad que acierta a fingir.
–Entonces, yo pongo esto, y se me bajan (sic) todas las películas que quiero, ¿no? –le pregunta el aspirante a comprador.
–Bueno, no. No exactamente –sonríe el joven aspirante a vendedor–. Esto es un disco duro exterior. En sí mismo, él, por su cuenta, no hace nada.
–¿No sirve para bajar películas? –le suelta el otro, mosqueado–. ¡Porque yo tengo un amigo que sabe mucho de informática y me ha dicho que con esto yo me bajo películas!
–Para bajarse películas, como usted dice, hay servidores, hay programas... Este aparato por el que usted se interesa sirve para almacenar. Cualquier cosa. Fotos, programas, libros... Y películas también, claro. Lo que sea.
–Vamos a ver –insiste el otro–. Si yo le digo a esto que me baje la última de James Bond, ¿me la baja a no?
El dependiente me mira, ve que estoy a punto de partirme de la risa y se contagia.
–Perdone, pero no tengo ni idea de qué se la sube y qué se la baja –responde.
El cliente no entiende nada. Pero es del género insistente.
–A ver... En todo caso, esta marca ¿es de fiar?
Ya no puedo reprimirme e intervengo.
–No, señor. Perdone que me meta en su conversación... Esta marca no es de fiar. Ninguna marca es de fiar. Pero no le pida al vendedor que lo confiese. Él está ahí para vender, no para criticar cómo está el mercado.
Veo que el vendedor se da la vuelta para que no se le note la juerga.
Los dos nos disolvemos pacíficamente.
El aspirante a cliente se nos queda mirando, perplejo.