Démonos un respiro en la consideración de ese permanente terremoto con réplicas que tiene su epicentro en Euskal Herria y hablemos hoy de otro tipo de violencia, que ayer tuvo una llamativa expresión en el patio del colegio «Andrés de Ribera» de Jerez de la Frontera (Cádiz), lugar en el que irrumpió a la hora del recreo el padre de un alumno, que agredió a un profesor con la contundencia suficiente como para enviarlo al hospital.
Ignoro si el hombre escogió la fecha en consideración a que ayer se celebraba el Día Escolar por la No Violencia y la Paz.
Hace tres días fue noticia que un jugador de baloncesto de 16 años, enfadado por la decisión que había adoptado una árbitra, le arreó un guantazo que la dejó sin sentido.
Me cuentan que en los partidos de deporte escolar, sobre todo los de fútbol, el espectáculo más llamativo lo ofrecen los padres, que gritan como posesos, insultan a los árbitros con los más graves epítetos y dan órdenes tajantes a sus hijos incitándoles a la violencia, a la vez que los increpan, con lindezas del tipo de: «¡Usa los codos, pedazo de idiota!», «Pero, ¿se puede saber por qué no le has dado una buena patada, mamón?», «¡Que pase él o la pelota, pero los dos no!», etc.
Para mí que buena parte de este submundo de violencia escolar –no incluyo en él los actos de violencia entre escolares, que responden a problemas distintos– encuentra buena parte de su razón de ser en las expectativas no sólo excesivas, sino directamente patológicas, que no pocos padres depositan hoy en día en sus hijos.
Siempre ha sido muy propio de algunos padres soñar con que sus vástagos lleguen donde ellos no llegaron y hagan lo que ellos hubieran querido hacer pero no fueron capaces, lo que suele aparejar intentos de suscitar vocaciones inexistentes y de imponer esfuerzos desmesurados, con la consiguiente frustración y cabreo de los afectados. Pero lo de ahora se expresa de manera harto más explosiva, porque se combina esa transferencia de frustraciones con la adoración de las criaturas, que pasan a ser –ahora literalmente, no como antes– los reyes de la casa.
Lo del fútbol tiene otro componente, que sería cómico si no fuera trágico, y es el de los padres que, en cuanto ven que a sus críos se les da más o menos bien lo del balón, empiezan a soñar de inmediato con que lo mismo acaban convirtiéndose en cracks y les hacen millonarios. Lo cual les anima a tomárselo muchísimo más a pecho.