Como fiel oyente de la radio –de las radios–, todos los años por estas fechas me enfurezco con los disparates del becariado. Las emisoras se llenan de becarios y becarias cuya preparación deja muchísimo que desear en todos los campos, y que sueltan con perfecta alegría y casi siempre con envidiable aplomo las más variopintas barbaridades. Las largan sin inmutarse y a continuación se quedan tan anchos (y anchas), encantados de haberse conocido.
De todos modos, mi enfado es de cortísima duración. Porque soy consciente de que la culpa no la tienen ellos. Como mucho, son culpables de creer que han aprendido algo en la Universidad.
Quizá sea muy injusto, pero lo que me ha mostrado mi experiencia –que tampoco es tan limitada– es que la gente que ha estudiado Ciencias de la Información en España no aprende demasiado, pero lo poco que aprende es deplorable.
Cuando te la ponen a tu cargo y te toca enseñarles en qué consiste el periodismo práctico, tienes que empezar por quitarles un montón de bobadas de la cabeza.
Os cuento una anécdota. Siendo jefe de Opinión de El Mundo, hace algo así como quince años, me llamó la atención una lectora que enviaba unas cartas al Director que eran, de hecho, excelentísimas columnas. Hubo una, que se refería al modo en que se había desarrollado una huelga general en la Universidad, que me pareció tan brillante que la telefoneé para pedirle permiso para publicarla como artículo de opinión. A continuación le pregunté por qué no se dedicaba al periodismo. «Me encantaría, pero yo he estudiado filología, no periodismo», me dijo. «¡Tanto mejor!», le respondí.
Le propuse hacer prácticas
durante el verano en la sección de Opinión de El Mundo. Las hizo y resultó ser una joya, amén de una gran
persona. Hoy es crítica literaria en prensa y televisión, y una escritora de
éxito.
Tuvo su oportunidad, pero ella podría contaros que, cuando vino a hacer sus prácticas con nosotros, no sólo nos dedicamos a explicarle los rudimentos del oficio (que tampoco son demasiados), sino también a criticar sus escritos con perfecta ferocidad, necesariamente doble cuando se trata de alguien que vale de verdad y merece el esfuerzo.
Lo que me pone de los nervios de los becarios y las becarias no son ellos, sino sus jefes, que son unos vagos y unos explotadores de mil pares. Que no les dicen: «Eso que has escrito hoy no hay por dónde cogerlo». O bien: «Los has leído con una vocecita de Lolita que daba grima». O bien: «O yo me equivoco mucho contigo o puedes hacerlo cien veces mejor. Y ahora vas a demostrármelo o te saco de aquí a patadas.»
Los viejos estamos para enseñar a los jóvenes. No para aprovecharnos de ellos.
Es la deuda elementalísima que hemos de pagar a quienes hicieron eso mismo con nosotros, cuando éramos chavales.
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Alguna nota suelta.– Hoy regreso a las tertulias de Radio Euskadi. De 08:30 a 09:30.
Los sábados seguiré en Radio 1, de RNE, de 09:00 a 10:00.
Añadido general, en respuesta a un montón de correos electrónicos: de momento, no hay modo de
escuchar los encuentros «cultura-deporte» que coordiné en Santa Cruz de Tenerife la pasada semana.Ya
preguntaré si piensan hacer algo con ellos. La verdad es que ni siquiera sé si los grabaron. Si acaba habiendo algún modo de acceder a ellos, ya os lo diré.