Confío en que los estudiantes de la Universidad de Barcelona que acudieron ayer a escuchar las intervenciones de quienes constituimos el elenco de conferenciantes de las Jornadas tituladas Parlem d’Euskadi (II) no se sintieran como yo, que tengo ya complejo de Penélope, siempre tejiendo el mismo discurso, aunque lo vaya actualizando y trate de darle cierta variedad formal, así sea sólo para no aburrirme a mí mismo.
Me tocó hablar en el apartado Conflicto y medios de comunicación, que compartí con Alberto Surio y Angel Rekalde. Como los alumnos eran –mejor dicho: son, porque hoy asistirán a una nueva batería de intervenciones– muy jóvenes, es posible que bastantes cosas de las que se está hablando les cojan de nuevas. Ojalá.
Las Jornadas cuentan con una variedad de ponentes considerable. No han querido acudir los invitados que están vinculados orgánicamente a la izquierda abertzale. No he preguntado las razones, pero las supongo: en lugar destacado del programa figura un «En recuerdo de Ernest Lluch» que, con independencia de lo que pudiera sugerir personalmente y en concreto a los propuestos como ponentes, los colocaba en una posición incómoda, en tanto que integrantes de la izquierda abertzale. Sea como sea, declinaron asistir, como se suele decir en plan fino. No sé si habrán reflexionado sobre el hecho de que sentada en primera fila, en el Aula Magna de la Facultad de Geografía e Historia, iba a estar una hija de Ernest Lluch, que no objetó la participación en estas Jornadas de gente vinculada a la izquierda abertzale. Aunque parece lógico suponer que, para incomodidad, la que ella habría sentido en el caso de tenerlos delante.
Yo, en cambio, me siento siempre muy cómodo en Barcelona. En Cataluña, en general. Nunca he tenido la menor queja de la acogida que me han dispensado quienes han asistido a los actos públicos en los que he debido intervenir. Tampoco me quejo de cómo me han tratado en otras partes, pero es que en otras partes –Euskadi aparte, se entiende– suelo hablar ante públicos más predispuestos de antemano. En cambio, en Cataluña me ha tocado perorar ante públicos social y políticamente muy diversos. Y a veces me han discutido, y he constatado divergencias (en Cataluña yo suelo tener divergencias sobre todo con Convergència), pero siempre en un tono de cordialidad y de respeto que es muy de agradecer.
No pretendo decir con esto que la vida política catalana sea una maravilla. Por lo que he podido apreciar, hay en estos momentos un ambiente bastante enrarecido. Se diría que ninguno de los principales partidos catalanes se siente muy confortable con el papel que le está tocando desempeñar. Lo cual es más que comprensible, porque no son en ningún caso papeles como para echar cohetes. Pero la política catalana me sigue pareciendo singular e interesante, porque no se homologa con los patrones españoles, tallados a la medida del bipartidismo fáctico que reina del Ebro para abajo, pero tampoco lo hace recurriendo a otras formas de espíritu inquisidor e intolerante, como sucede con demasiada frecuencia en Euskadi.
Puesto a hacer balance de mi paso por estas Jornadas, habré de decir que lo que más me ha interesado me lo han dicho en conversaciones privadas. Ahí sí que he podido tomar nota de algunos datos de interés, que no conocía, y que no me sobra conocer, ni mucho menos. Los discursos de cara al público, en cambio, ya me los sabía. ¡Sobre todo el mío! Habrá que preguntar a los alumnos que han asistido a las charlas qué les han parecido. Supongo que no se les habrá pasado por alto, al menos, que los vascos discrepamos entre nosotros de lo lindo.
__________
Precisiones.– 1ª) Un lector me escribe apuntando que la célebre cita a la que me referí en mi apunte de ayer («He may be a son-of-a-bitch, but he is our son-of-a-bitch», o sea, «Puede que sea un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta») debe asignársele a Cordell Hull, que fue secretario de Estado de Franklin D. Roosevelt entre 1933 y 1944, y no al propio Roosevelt. También asegura que Hull lo dijo refiriéndose al dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo, y no al patriarca de los Somoza. Es muy posible que tenga razón. De hecho, hay documentos en la Red que respaldan esa atribución. Pero también cabe encontrar otros que insisten en achacársela directamente a Roosevelt y que meten a Somoza de por medio. Mi problema es que no encuentro una fuente que pueda dar por fiable y solvente. 2ª) Cometí un error al hablar de la CIA en tiempos de Roosevelt. La CIA fue creada en 1947, bajo la presidencia de Harry Truman, a partir de la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS) y de la Oficina de Inteligencia Naval (ONI). Los EEUU realizaron acciones ilegales secretas fuera de su territorio antes de 1947, pero no a través de la CIA, obviamente.