Me hizo gracia leer que Jesús Polanco se refirió en un discurso empresarial a lo difícil que resulta mantener la imparcialidad política en determinadas situaciones.
Será que alguien se lo ha contado. Porque él no puede saberlo por experiencia propia. Jamás lo ha intentado.
El gran patrón de Prisa no es hombre de rígidas opiniones políticas. En realidad, le interesan mucho más los políticos que la política. Él respalda a los políticos que le apoyan en sus negocios. Eso lo hace con todo el entusiasmo que sea necesario.
Polanco sólo es dogmático en materia de negocios. De sus negocios. La libertad de expresión que él reclama es la libertad de expresar aquello que conviene y da empaque a su causa empresarial. Lo cual no me resulta nada escandaloso –hace lustros que sé bien de qué van los grandes medios de comunicación–, pero tampoco sobra subrayar.
Dicho lo cual, ¿cómo no tomarse a chirigota los aires de virtuoso ofendido que ha adoptado Rajoy ante la tralla que le dan los medios de Prisa? ¿Que los hay que se pasan? Como si se quedan cortos. Tanto los miembros de su partido como quienes le hacen coro en los medios de comunicación afines no tienen nada que envidiar a nadie en cuanto al calibre de las invectivas que lanzan contra sus oponentes.
No es la primera vez, ni mucho menos, que asistimos a un enfrentamiento directo y brutal entre un partido político de primera fila y un grupo de comunicación importante. A mí me tocó presenciar desde primera fila la feroz campaña que lanzó el Gobierno del PSOE contra El Mundo en los años en los que este diario denunciaba día sí día también la corrupción política y el terrorismo de Estado. Un instrumento típico de aquel acoso fue la introducción de criterios políticos discriminatorios en la asignación de la publicidad pública. Otro, el uso de los instrumentos de comunicación del Estado (TVE, sobre todo) para denigrar al medio en cuestión, sin concederle derecho de réplica. En muchas ocasiones, los medios de Prisa se hicieron eco de esos ataques gubernamentales, a menudo directamente injuriosos, y su fuerte tampoco fue aceptar la réplica.
Pero, incluso en enfrentamientos como ése, con medios en liza tan desiguales –de un lado un partido en el Gobierno, con todo lo que ello supone; del otro un periódico en fase de despegue–, lo más normal es que sea el partido político el que acabe saliendo peor parado, a nada que el medio de comunicación tenga material bastante para dispararle a zonas quebradizas.
Lo que no consigo entender es a cuento de qué el PP, un partido de oposición que ya tiene muchos más frentes que atender que medios para hacerlo y cuya munición es casi en exclusiva ideológica –por no decir retórica–, opta por declarar la guerra abierta y sin cuartel al grupo de comunicación más poderoso de España. A un grupo de comunicación que, además, en algunos puntos clave, estaba marcando ciertas distancias con el Gobierno al que el PP se enfrenta.
El editorial de El País de ayer se preguntaba: «¿Hasta dónde está dispuesto a llegar Rajoy?». La pregunta presupone que Rajoy sabe por dónde va. Favor que le hace. Yo no lo tengo ni mucho menos tan claro. Lo veo dando palos de ciego. Muchos palos, eso sí, pero a mansalva, sin una dirección precisa, sin un propósito inteligible e inteligente. Para mí que muchos de los que lo jalean le tienen ya tomadas las medidas para que entre bien en el féretro.