Pregunta.– ¿Tiene razón el grupo Prisa de considerar la “declaración de guerra” del PP como un ataque a la libertad de expresión?
Respuesta.– No y sí.
El PP es muy dueño de ordenar a sus militantes que no tengan tratos con tales o cuales medios de comunicación. Está también en su derecho de contratar su publicidad partidista con los medios que le parezca.
Otra cosa es que salga ganando con ello. Pero, incluso así, nadie le puede negar el derecho a equivocarse.
No tienen derecho a hacerlo, en cambio, las instituciones regidas por el PP. Los servidores públicos del PP deben atender a todos los medios de comunicación por igual, porque el cargo que ocupan no pertenece a su partido, sino al conjunto de la ciudadanía. En ese sentido, Ruiz Gallardón se limitó a obrar como es su deber cuando aceptó ayer ser entrevistado por una periodista de Prisa, en tanto que Teófila Martínez incumplió con las obligaciones de su cargo al negarse a responder a un reportero de Prisa durante una conferencia de prensa que había convocado en tanto que alcaldesa.
De modo semejante debe hacerse constar que el dinero que administran los gobernantes regionales o municipales del PP no pertenece a su partido, sino al erario. Es ilícito poner los recursos públicos al servicio de banderías partidistas y utilizarlos con fines discriminatorios. (Se hace ahora, se hizo en el pasado y probablemente se seguirá haciendo en el futuro, pero es ilícito.)
La presión sobre empresas y anunciantes para que no tengan relación con los medios del grupo Prisa es igualmente intolerable porque, aunque se haga formalmente en nombre del partido, nadie ignora que el PP manda en comunidades autónomas y entes locales muy importantes con los que la mayoría de las empresas y anunciantes concernidos tienen mucho interés en no enemistarse. Presenta todos los caracteres de un chantaje implícito.
Pregunta.– ¿Cabe comparar lo que el PP ha hecho con el grupo Prisa con lo que el PSOE hizo con Telemadrid?
Respuesta.– Cualquier comparación que se establezca entre Prisa y Telemadrid debe tener obligatoriamente en cuenta que el primero es un grupo empresarial privado, que tiene derecho a establecer su propia línea editorial y, en consecuencia, mostrarse todo lo hostil que quiera, dentro de los límites que marca la ley, con tal o cual partido u órgano de poder político, sea cual sea, en tanto que el segundo es un ente de titularidad pública, que está obligado a mostrarse escrupulosamente imparcial con todas las opciones políticas.
Lo mismo en materia de afinidades: El País puede mostrar toda la adoración que quiera a Jesús Polanco, pero Telemadrid no puedo hacer lo propio con Esperanza Aguirre.
Pregunta.– Pero Polanco, que tanto se llena la boca hablando de libertad de expresión, acaba de laminar a Hermann Tertsch, veterano periodista y opinante de El País, porque iba a programas de Telemadrid y expresaba criterios coincidentes en puntos fundamentales con los del PP. ¿Es eso propio de alguien que dice defender la libertad de expresión?
Respuesta.– Leí cómo respondió Polanco en la Junta de Accionistas de Prisa a un consejero que preguntó cómo podía tolerar lo que decía Tertsch en Telemadrid. Su respuesta me recordó a cierto célebre «Teníamos un problema y lo hemos resuelto». Dijo: «Esa contradicción ha sido superada, y [usted] lo verá muy pronto, como todos los lectores del periódico». En efecto, el problema se ha resuelto –literalmente– visto y no visto, porque Tertsch ya no escribe en El País.
Esa reacción de Polanco no me sorprende lo más mínimo. El País es un diario de un monolitismo opinante carente casi por completo no ya de fisuras, sino incluso de matices. Desde la muerte de Manuel Vázquez Montalbán, la disidencia política en ese periódico ha quedado en las manos de «El Roto», de Máximo… y muy poco más. Llevar la contraria a la línea editorial del diario en aspectos considerados clave por el alto mando supone ponerse en el disparadero.
A mí eso me parece muy mal, y creo que, además, es un error. Considero que un periódico –cualquier medio de prensa– gana ofreciendo diversidad, análisis y puntos de vista contrapuestos, incluso contradictorios; no resultando perfectamente predecible en todos sus extremos.
Tal como concibo yo el periodismo, considero que un diario no debe ser imparcial. Debe tener su propia línea. Pero, a la vez, ofrecer el suficiente número de ideas, criterios y análisis parciales como para que quien lo lee pueda hacerse una visión de conjunto y evaluar un buen puñado de posibilidades.
A mí las opiniones de Hermann Tertsch –con las que coincido muy poco–, me parecen tan dignas de ser expuestas como cualesquiera otras, y lamento que hayan sido silenciadas, aunque supongo y deseo que por poco tiempo (no faltan los medios que están en una sintonía ideológica semejante a la suya).
Pero vuelvo a lo dicho antes: El País es un medio privado que elige el grado de monolitismo que entiende preferible para sus intereses.
Es libre de hacerlo. Tan libre como lo soy yo de detestarlo.
Aunque huelga decir que no tiene, ni mucho menos, la exclusiva de mis aprensiones.