Jesús Rodríguez, (a) El Koala, lleva metido en los sinsabores de la canción desde 1986. Fue hace 20 años, en efecto, cuando trató de hacerse profesional del gremio con un grupo que se hizo llamar «Santos Putos». Desde entonces y hasta finales del año 2000, no sólo cambió una y otra vez de grupo, sino también de estilo: fue desde las rumbas hasta el blues, pasando por el reggae, el flamenco rock y media docena de variantes más. El hombre, que tiene su oficio –no en vano se ha recorrido año tras año las fiestas patronales de media Andalucía tocando todo lo que se pusiera por delante–, ha ido brujuleando y probando un poco de todo, con la esperanza de que alguna vez prendiera algo. Y vaya que sí ha prendido.
Él llama a lo que hace ahora «rock rústico», aunque a veces –quizá por un cierto pudor, cualquiera sabe– se conforma con etiquetarlo como «agropop». Sobre la limitada pero contundente base que me proporciona el conocimiento exclusivo de su obra cumbre, Opá, yo viazé un corrá, para mí que mejor haría en no meter de por medio las labores del campo –que si rústico, que si agro– y buscarse otros referentes a su altura musical. En mi modesta opinión, debería proclamarse heredero directo de Fernando Esteso, autor de La Ramona pechugona, Bellotero pop y otros celebrados hits que tan alegre y festiva nos hicieron la Transición.
No oculto que el ya celebérrimo Opá, yo viazé un corrá me pone de los nervios. Supera mi capacidad de aguante (que cada vez es menor: eso también lo reconozco). Pero, en todo caso, no culpo a Jesús Rodríguez de lo que está sucediendo con su canción. Estoy convencido de que, si la nuestra fuera una sociedad en la que lo casposo y lo cutre (tipo Torrente, tipo Manolo el del bombo, tipo Chiquito de la Calzada, por poner algunos ejemplos cercanos) cayeran mayoritariamente mal, y en la que el presunto humor de ese género, tan racial él, no tuviera apenas público, el bueno de Jesús Rodríguez se habría buscado la vida tocando otros palos, que seguro que está capacitado para ello. Pero, si lo que realmente vende y es celebrado por las multitudes son los Opá, pues él hace opás, y aquí paz y después gloria. Faltaría más.
Decía mi difunto padre a propósito de no recuerdo ya qué canción que era tan pegadiza «que no es que la oigas una vez y ya te la sepas, sino que te la sabías antes de haberla oído por primera vez». El mérito fundamental de El Koala –desdichado mérito, pero mérito– es que ha fabricado una canción ultrapegadiza, digna competidora del Aserejé, q.e.p.d. Es lo que tienen este género de canciones: dan mucho la murga durante algunos meses, y luego se ausentan sin dejar señas. Pero da igual, porque en cosa de nada aparece otra igual de zafia y obsesiva que te persigue a todas horas hasta amargarte el día.
Pero, en todo caso, insisto: lo relevante no es que un autor haga cosas así, sino que cosas así sean celebradas por el gran público como grandes ocurrencias.