El último número del prestigioso semanario norteamericano The New Yorker da cuenta de un informe confidencial –ya no muy confidencial, como se ve– elaborado por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) en relación al «programa nuclear secreto» que se supone estaría aplicando el Gobierno de Teherán para dotarse de armamento atómico. De creer lo que cuenta en su artículo Seymour M. Hersh, la CIA, tras haber realizado una exhaustiva investigación al respecto, aseguraría que no ha encontrado nada que permita concluir que Irán esté intentando fabricar bombas atómicas.
Dice Hersh en su muy interesante artículo que la Casa Blanca acogió el informe de su servicio de espionaje con abierto desagrado y que ha optado por no tomarlo en consideración. No le concede credibilidad, dado que choca de lleno con su «convencimiento» de que Irán quiere fabricar armas atómicas.
Todo este episodio recuerda demasiado la tristemente famosa historia de las «armas de destrucción masiva» de Sadam Husein como para no establecer el paralelismo. También entonces Bush tenía el «pleno convencimiento» de que esas armas existían y no quiso ni oír hablar de los informes realizados in situ, que decían que no había ni rastro de armas de ese tipo.
Bush considera que los hechos no son quiénes para llevarle la contraria. El presidente del Estado más poderoso de la Tierra no tiene por qué inclinarse ante algo tan vulgar como la realidad. Si él, apoyándose en la suma de su fina intuición y la inabarcable inteligencia de sus allegados –incluido su perro–, ha forjado el convencimiento de que Irán es un país gamberro que está dispuesto a lo que sea con tal de hacerse con la bomba, ya puede la CIA cantar misa.
Más problemático sería que los estados europeos, que no tienen por qué fiarse de la intuición de Bush –o, mejor dicho: que tienen razones sobradas para no fiarse de la intuición de Bush, después de la cadena de pifias que ha hilado en Irak–, hicieran también como si no existiera el informe de la CIA y continuaran insistiendo en buscarle las cosquillas a Irán con la historia de su «programa nuclear secreto». Porque nos obligarían a concluir que lo están haciendo para tener contento al presidente estadounidense, a sabiendas de que se apoyan en una falsedad.
¿Miente The New Yorker? No tiene fama de hacerlo, y menos en asuntos de esta trascendencia. El hecho de que tanto la Casa Blanca como el Pentágono se hayan negado a comentar la información, en lugar de desmentirla, parece concluyente.
En todo caso, aclárenlo cuanto antes. Y si lo que cuenta el semanario estadounidense es cierto, obren las potencias europeas en consecuencia, que ya hay suficientes focos explosivos en el mundo como para añadir otro más sólo para tener contento a un oligofrénico paranoide puesto al servicio de un banda de magnates del petróleo y de fabricantes de armas desaforados.
Nota de edición: Javier publicó una columna con el mismo título en El Mundo: Noticia bomba.