Una de las muchas cosas que demostró la caída del Muro –la sucesión de acontecimientos que suele simbolizarse con ese hecho– es que los megacentros de análisis y prospección internacional con los que cuentan las grandes potencias occidentales pueden revelarse incapaces de prever no ya tal o cual acontecimiento de peso, sino incluso la evolución general de la realidad mundial, hasta en lo más fundamental y decisivo. O sea, lo que se dice no dar ni una.
De entrada resultó muy chocante. ¿Cómo podía ser que, contando con más datos que nadie y teniendo en plantilla al personal teóricamente mejor preparado para estudiarlos, esas agencias que suelen llamarse «de inteligencia» pudieran no ver ni cuatro en un burro? La explicación de ese enigma, sin embargo, acabó cayendo por su propio peso: convinimos todos en que de nada sirve al analista contar con los frutos de un enorme trabajo de campo si los prejuicios le impiden clasificar y jerarquizar la importancia de los datos recolectados. Para completar un gran rompecabezas no basta con tener todas las piezas; hay que saber qué imagen se trata de componer con ellas. Y los analistas de Washington y asociados estaban empeñados en que las informaciones que les llegaban procedentes del bloque del Pacto de Varsovia encajaran en un dibujo que ya sólo existía en sus mentes obsesivas. Un solo escritor ruso, Andrei Amalrik, trabajando por su cuenta y riesgo –nunca mejor dicho: fue deportado a Siberia por las autoridades de Moscú–, sacó conclusiones mucho más cercanas a la realidad que los grandes cerebros de Occidente: Amalrik puso en duda que la URSS consiguiera llegar a 1985 sin hundirse antes.
A lo largo de los últimos decenios hemos visto a esos mismos servicios de inteligencia cometer muchos otros errores de cálculo de grandes magnitudes. Quizá el más aparatoso de entre los recientes sea el que les llevó a dar por hecho que las Fuerzas Armadas de los EUA podían tomar militarmente Irak, imponer la formación de un gobierno títere y hacerse por completo con el control de la situación, pacificando el país y convirtiéndolo en un peón más de su juego. Muchos otros, que no contamos con más información que la que nos proporciona una prensa por lo general muy mediatizada, auguramos que Irak iba a convertirse en un avispero para Washington y que Bush estaba a punto de convertir en científica la predicción de Sadam Husein, que dijo que la de Irak sería «la madre de todas las guerras».
Ayer, la secretaria de Estado de los EUA, Condoleezza Rice, tras negar el respaldo estadounidense a la exigencia general de alto el fuego en Líbano, rechazó la vuelta a la situación existente antes del inicio de las hostilidades argumentando que «cualquier paz debe basarse en principios duraderos». En el contexto en que dijo eso, tras haber aclarado que su Gobierno respalda la continuidad de las acciones militares de Israel en Líbano, quedó claro que por «principios duraderos» entiende el predominio tutelar del Estado sionista en todo el Cercano Oriente.
¿De dónde ha sacado la señora Rice que algo así es posible? Del mismo lugar del que ella y sus congéneres extrajeron que lo de Irak, como lo de Afganistán antes, se podía resolver manu militari en un plazo razonable. Es decir, del universo de sus ideas previas, en el que se empeñan en seguir viviendo pese a que los acontecimientos no paran de mostrarles su falta de contacto con la realidad.
Sin tener acceso ni al 1% de la información con la que cuenta Rice y siendo –se lo concedo– mucho menos listo que ella, me permito predecir que van a acabar metidos en otro cenagal más y que pronto estarán preguntándose cómo diablos salir de él. Y si no, al tiempo.
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Nota.– Acabo este apunte a las 11:00 de la mañana. Ayer Iberia contribuyó decisivamente a que no llegara a mi casa mediterránea hasta casi las 3 de la madrugada, pese a que entré en el aeropuerto de Bilbao a las 18:30. Ya no me volverá a suceder: dejo mis colaboraciones en ETB (las de la televisión, no las de la radio) hasta septiembre.