Me contaron que hace muchos años, unos 20 tal vez, un grupo de donostiarras notables afincados en Madrid, entre los que se encontraban escritores de renombre, cineastas, actores, artistas plásticos, filósofos y hasta periodistas, se dieron cita un buen día porque habían decidido acudir en grupo el domingo siguiente al estadio Bernabéu para apoyar a la Real Sociedad, que jugaba un partido de Liga contra el Real Madrid, y querían enarbolar una pancarta ad hoc. Todos estaban de acuerdo en que un colectivo de tanta solvencia artística e intelectual tenía que lucirse en una ocasión como aquélla, por lo que debían elegir para la pancarta un lema que estuviera a la altura de las circunstancias. Así que se reunieron y deliberaron con gran seriedad durante horas. Al final, acordaron una consigna que a todos les pareció adecuada. De modo que el domingo por la tarde se presentaron en el campo de Chamartín con una gran banderola que decía: «¡Aupa la Real!» (así, Aupa, sin acento, que es como lo decimos en nuestro pueblo).
Me acordé ayer por la tarde de ello cuando estaba recogiendo los bártulos de mi casa mediterránea, preparándome para viajar esta madrugada con destino a Madrid, donde he de estar hoy sin falta para emprender el nuevo curso. Pensaba en qué escribir en este Apunte de hoy para daros cuenta de mis sentimientos, explicando lo duro que se me hace el trago, lo poco que espero de la temporada próxima y cómo, para más inri, lo poco que espero es además malo.
Acabé decidiendo que el mejor modo que tenía de contároslo era escribir lo que dice el título que encabeza estas líneas: ¡No quiero!
Aunque también hubiera podido titularlo ¡Aupa la Real!