Un buen amigo, de ésos que cuando leen algo realmente interesante me ponen al corriente, me ha llamado la atención sobre una entrevista con el sociólogo y profesor de la Universidad del País Vasco Xabier Aierdi que publicó El Diario Vasco de San Sebastián (grupo Vocento) el lunes pasado. He puesto un enlace a lo aparecido en el periódico, de modo que quien esté interesado en leerlo íntegro lo tenga fácil, así que no voy a glosar el conjunto del planteamiento de Aierdi. Me voy a limitar a subrayar una idea a la que alude como de pasada, pero que es fundamental y con frecuencia muy poco tenida en cuenta.
Habla Aierdi del empeño del PP y sus allegados en que el Estado español afronte el problema de ETA con una sola idea como guía: derrotarla por completo, acabar con ella manu militari, no dejarle más opción que rendirse incondicionalmente o ser aniquilada.
En el pasado me he referido a los aspectos quiméricos de esa idea, recordando que ya en 1996 tanto Aznar como Mayor Oreja aseguraron que acabarían con ETA por la vía policial-judicial en un plazo de seis años (Aznar) o menor todavía (Mayor Oreja). Sin embargo, pasó ese tiempo y ETA, aunque cada vez más debilitada en el plano operativo, seguía constituyendo una realidad política insoslayable. Ni Aznar ni Mayor Oreja tuvieron a bien explicar a la ciudadanía los motivos de su evidente error de cálculo. Tampoco sacaron –menos todavía– las lecciones que se deducían de los hechos.
Aierdi no se toma el trabajo de discutir si es o no posible poner fin a la organización ETA en tanto que tal. Está incluso dispuesto a avenirse a que tal vez cupiera lograrlo. Lo que hace es llamar la atención sobre lo frágil que sería una aparente solución basada en la humillación, no ya sólo de los militantes de ETA, sino también de los sectores sociales que le han prestado apoyo hasta el final. «La humillación de hoy [sería] conflicto pasado mañana», dice.
Para entender por qué lo dice hay que tener en cuenta que, en este caso, no estamos hablando de un grupo armado formado por un puñado de jóvenes voluntaristas sin apenas raigambre social, como pudieron ser los integrantes de las Brigadas Rojas italianas, de la Fracción del Ejército Rojo alemana (la llamada «banda Bader-Meinhof») o del GRAPO español. Aquí se trata de un grupo que, si persiste en el tiempo, es porque tiene un terreno abonado en la sociedad vasca. El abono de ese terreno, que no es insignificante, viene dado por todo un conjunto de agravios y frustraciones que se retroalimentan y que seguirá dando frutos de violencia mientras no se encuentre un proyecto político que, aunque no dé plena satisfacción al independentismo, sí atienda una parte de sus aspiraciones.
Es un análisis (otro análisis) que también hay que tener en cuenta.