Acabo de ver Good Night, and Good Luck ("Buenas noches y buena suerte"), el film que ha consagrado a George Clooney como realizador de cine. Para quienes no la hayan visto, diré que la película relata la peripecia del director-presentador de un programa de la cadena norteamericana de televisión CBS en los años en los que el senador McCarthy hizo célebre al Comité de Actividades Antiamericanas. McCarthy se dedicó a acusar de comunistas y a perseguir –y a veces incluso a encarcelar– a cientos de ciudadanos de ideas progresistas, muchos de los cuales no habían tenido ninguna relación con el comunismo. En la película, que se presenta como basada en hechos reales, el director-presentador de la CBS denuncia en su programa la caza de brujas desatada por McCarthy y eso le acarrea bastantes problemas con McCarthy, con los patrocinadores del espacio y, finalmente, con la dirección de la propia cadena de TV.
No me propongo analizar en este apunte las virtudes y defectos de la película, sino la realidad periodística que retrata y sus diferencias con la existente hoy en día, no sólo en los EEUU, sino en el mundo desarrollado, en general. Es curioso que lo que se presenta en el film como una denuncia de lo sucedido en los tiempos del macarthismo refleja una situación que era ciertamente tremenda y penosa en lo esencial, pero también, en parte, mejor que la actual. Por decirlo en pocas palabras: entonces un programa que denunciara en una cadena de máxima audiencia las persecuciones del establishment reaccionario podía toparse con muchos problemas e incluso acabar siendo suprimido; ahora no empezaría. En la actualidad, no cabe ni siquiera imaginar un programa estelar que llevara la contraria a la ideología dominante en aspectos tenidos por básicos o, como suele decirse ahora, en «asuntos de Estado».
La diferencia clave que hay entre la realidad de entonces y la de ahora es que, en aquellos tiempos, un medio de comunicación importante era un medio de comunicación importante, y punto. Arrastraba sus miserias, por supuesto: sus dueños tenían amigos de peso, no eran indiferentes a las opiniones de los políticos poderosos, estaban obligados a mimar a los anunciantes, no podían desconocer los dictados de la opinión pública mayoritaria... Pero, dentro de eso, contaban con cierta autonomía. O, mejor dicho, con autonomía cierta. Ahora, en cambio, los principales medios de comunicación son meras piezas de grandes tinglados empresariales, a su vez estrechamente vinculados a políticos a los que sirven y de los que se sirven, con intereses en las más diversas ramas de la producción, distribución y venta de las más variopintas mercancías. El producto periodístico tiene sobre todo un valor instrumental y es tratado por sus dueños máximos, que ya casi nunca proceden del mundo empresarial de la comunicación o se han despegado de él casi por entero, como cualquier otra mercancía. En esas condiciones, y con esos tiburones al mando, proponer la difusión de un producto anti-sistema que no sea meramente anecdótico y ornamental es perder el tiempo tontamente.
Pero es que, además ¿quién lo iba a proponer? En Good Night, and Good Luck aparece un colectivo de periodistas de primerísimo rango que manifiesta ideales de ésos que por allí llaman «liberales» («de izquierda», dicho en lenguaje europeo). Aquí, en la cumbre de la profesión –insisto en que estoy hablando de los principales medios de comunicación–, no queda ya de eso. Lo hubo, aunque en declive constante, hasta los años 90. Ahora, el gremio está controlado por gente práctica, es decir, ambiciosa de dinero y de fama, dispuesta a hacer lo que mejor convenga a la síntesis que forman con la empresa.
De modo que ahora no hay caza de brujas en los grandes medios, pero básicamente porque no hay brujas que cazar.