Yo no sé quién ganó el debate parlamentario llamado «del estado de la nación». Si me toca determinar quién resulta vencedor en una justa, la primera condición que pongo –me parece elemental– es que todos los participantes jueguen a lo mismo. Pero, si uno sale para vencer en una competición de 100 metros libres, otro para correr una maratón olímpica y un tercero para coger en la estación de Austerlitz el expreso de las 14:20, entonces me rindo. Son empeños de distinto orden y, en consecuencia, incomparables.
Acabo de leer a un comentarista de ésos que dan por hecho que todo el mundo juzga la vida con sus mismos criterios. Su análisis del enfrentamiento de la pasada semana entre Zapatero y Rajoy zozobra en una marejada de absolutos: «Todo el mundo se dio cuenta…», «Cualquiera pudo entender…», «A nadie se le escapó…» Su perorata incluye la afirmación predilecta de Rajoy: «Zapatero volvió a hablar de asuntos que a nadie importan». A esta gente le da igual –digo, por poner un ejemplo– que le coloques delante de sus morros, uno tras otro, a varios cientos de miles de ciudadanos que exigen justicia para las víctimas de la dictadura. Ellos lo tienen clarísimo: es un asunto que a nadie importa, y sanseacabó.
Puede que me equivoque, pero para mí que a Zapatero le hicieron sus expertos un análisis muy semejante al que hicimos más de uno y más de dos, a ojo de mal cubero, tras las últimas municipales y autonómicas.
No crea a quienes le dicen que le ha perjudicado lo de ETA, el proceso de paz y la patria en peligro. Esa literatura rescatada del discurso de la Comedia –haga las cuentas, región por región– apenas pintó nada el 27-M. Lo que desmovilizó hace mes y medio al electorado de 2004 fue la visión deprimente de su gobierno romo, tontamente abrumado por los embates de la derecha bancaria y del percal cardenalicio, incapaz de hacer nada, no vaya a ser que.
El 27 de mayo Zapatero perdió no poco respaldo de la izquierda social, que hoy es en gran medida joven y rupturista, aunque no a la manera de hace medio siglo, sino a su modo de hoy, que ya apunta, con ganas y con rabia. Una izquierda social dispuesta a abstenerse, a nada que se vea burlada y dejada sin voz en la contienda.
«¿Me quieres creer que mi hijo ha colocado en su cuarto una bandera republicana, sin decirnos a cuento de qué?», me comentó hace poco un amigo, obrero y sindicalista «de toda la vida». Claro que quiero creerle.
El miércoles y el jueves pasados, Zapatero quiso conectar con ese millón y pico que votó el 14-M y se abstuvo el 27-M.
Relamiéndose las heridas, Rajoy y los suyos imitan ahora al peor Ulises, al Ulises tramposo. «A nadie le importa…» ¿A nadie? No nos toméis por Polifemo. Sabemos que vuestro nombre es Nadie.
Nota de edición: Javier publicó una columna con el mismo título en El Mundo: Nemo es vuestro nombre.
Advertencia.– Este Apunte y el Zoom que hoy me publica El Mundo son idénticos.