Los dirigentes políticos se han resistido lo suyo, pero ya lo admiten: el llamado «proceso» –el proceso por antonomasia, excluido el de Kafka– no es ya que esté estancado; es que corre peligro. No tardará en aparecer algún topiquero que dirá que con los procesos de este tipo pasa como cuando andas en bicicleta; que, si te paras, te caes. (Es un símil de amplio espectro que, dicho sea de paso, nunca he entendido: si vas en bicicleta y te paras, pones el pie en el suelo y ya está. Más propio me parecería decir que un proceso parado es imposible: si está parado, no es un proceso.)
Quienes leen estos apuntes saben que, desde que ETA anunció su «alto el fuego permanente» en marzo, vengo diciendo que no hay ninguna razón para dar por hecho, como tantos han hecho a lo largo de estos meses, que aquella fuera una decisión irreversible. Se han equivocado y siguen equivocándose quienes creen que ETA no se atrevería a contrariar hasta tal punto a la propia sociedad vasca tomando una decisión –la de volver a las andadas– que, además, resultaría muy perjudicial para sus propios intereses. La experiencia práctica autoriza a rechazar los dos componentes de esa afirmación: 1º) ETA es perfectamente capaz de ir en contra de los deseos de la gran mayoría de la población vasca; y 2º) ETA tiene una recurrente tendencia a errar en la consideración de las posibilidades que le ofrece la realidad (la relación de fuerzas, que se decía antes) y a tomar las decisiones menos adecuadas para sus conveniencias.
¿Puede volver a arrancar «el proceso»? Puede, y va de suyo que lo deseo como el que más. Pero para que ese rearranque se produjera, sería necesario que empezaran por hacer algo positivo los dos actores que tienen en sus manos la posibilidad de empujarlo hacia delante: ETA y el Gobierno (ni comparto ni entiendo el empeño de Josu Jon Imaz en decir que la culpa del parón es exclusiva de ETA). Y ahí es donde la cosa se pone realmente fea, porque no se ve que ninguno de los dos tenga la menor intención de tomar ninguna iniciativa que permita el desbloqueo de la situación. A ETA le bastaría con reclamar a sus simpatizantes que dejen la kale borroka. Al Gobierno, con adoptar alguna medida tendente a favorecer la legalización de Batasuna, por ejemplo. O relativa al acercamiento de los presos que mantiene más alejados de Euskal Herria. Pero nada de eso se atisba.
De todos los indicios inquietantes que se han percibido en los últimos días, el que más me ha mosqueado ha sido la instrucción que al parecer ha dado Rodríguez Zapatero a sus ministros y a los responsables del PSOE para que eviten que la cuestión vasca ocupe el primer plano en el debate político. Les ha pedido que pongan el acento en los éxitos económicos y sociales del Gobierno y dejen en segundo plano el esfuerzo por la pacificación de Euskadi. Esto indica, muy claramente, que se teme que, por lo menos a corto o medio plazo, «el proceso» no le va a proporcionar beneficios que puedan ser rentabilizados electoralmente. Es decir, que piensa que es fácil que no vaya a mejor. Es decir, que no tiene previsto hacer nada que contribuya a que vaya a mejor.
ETA ya había dado semanas antes muestra de lo mismo, con el robo de las ya famosos 350 revólveres y pistolas. Porque, como ya he escrito en alguna otra ocasión –aunque tampoco hacía falta: es obvio–, alguien que descarta totalmente volver a las armas no necesita armas.
Desde el principio vengo diciendo que aquí no había nada que pudiera darse por definitivamente adquirido. Ahora digo que no tendría nada de sorprendente que se fuera al guano. Con lo cual no volveríamos a la situación anterior, sino a otra mucho peor.