Sostiene Rafael Nadal que, si las mujeres tenistas quieren ganar lo mismo que los hombres, deberían jugar partidos a cinco sets, como ellos.
Lo cual demuestra que Nadal está muy preparado para ser el segundo del tenis mundial –una reedición de lo que fue en el ciclismo el bueno de Poulidor–, pero no para el ejercicio de pensar, que no es necesariamente más meritorio que el suyo, pero sí diferente.
Lo primero que debería haber pensado antes de hacer esas declaraciones es que no se le ha perdido nada en ese asunto, salvo sus reflejos de macho. En el tenis, como en cualquier otra labor sometida a las leyes del mercado, cada cual gana lo que consigue que le paguen. Y si algunas tenistas se ponen reivindicativas y consiguen que les paguen más, ¿qué carajo le importa a él? ¿O es que los dineros del tenis profesional funcionan por vasos comunicantes y, si ellas cobran más, él va a cobrar menos? ¿A cuento de qué se erige en defensor corporativo de los intereses de los hombres tenistas o, mejor dicho, en detractor de las aspiraciones de las mujeres tenistas?
Pero es que, además, utiliza un argumento bobo, en el que confunde la cantidad con la calidad. Un trabajo voluminoso o prolongado en el tiempo no tiene por qué ser más valioso que otro más reducido o realizado con mayor facilidad aparente. Supongo que no hará falta que me remita a la historia del arte para ilustrar esa evidencia. La sabiduría popular ha hecho mofa desde siempre de lo de «ande o no ande, caballo grande».
Por ceñirnos al tenis: es cosa de gustos. Alguna gente aficionada considera –consideramos– que en el tenis masculino predomina con demasiada frecuencia la exhibición de fuerza física, lo que va en detrimento de las facetas de habilidad y astucia del juego. Puede aportarse en favor de esta opinión el alto porcentaje de tantos de saque que se producen en los partidos de tenis de alta competición jugados entre hombres, muy superior a los que se contabilizan en los encuentros entre mujeres. Por decirlo rápido: cuando se enfrentan dos grandes sacadores, los partidos pueden ser un auténtico peñazo.
Lo que trato de argumentar es que no hay en esto una sola vara de medir, y que el asunto no es si se juega a tres o a cinco sets (podría ser también a muchos más, y así veríamos quiénes son hombres de verdad), sino qué representa un mayor y qué un menor espectáculo, lo cual lleva asociado un mayor o menor nivel de ingresos.
Es en atención a esas consideraciones como los y las profesionales del oficio y las empresas que se encargan de explotarlo acaban fijando sus relaciones contractuales.
¿Que las tenistas consideran que pueden elevar el listón de sus exigencias? Pues que lo hagan, y a ver qué pasa. Lo que es a mí, me da igual. ¿Por qué a Nadal no?
Algunos hombres no saben hasta qué punto se retratan –y autodenuncian– soltando lo que a ellos les parece de sentido común. Les pierden las ganas de poner a las mujeres «en su sitio».