Me tocó ayer participar en una tertulia organizada por un canal de televisión digital terrestre con sede en Madrid. Tuve ocasión de lucir alguna de mis muchas lagunas de información. Por ejemplo: dije no saber si Iñigo Urkullu sabe euskera, cuando –según pude comprobar en internet en cuanto regresé a casa– lo cierto es que no sólo conoce la lengua vasca, sino que incluso ha impartido clases en ella. (¿De dónde me saqué esa duda? A saber. Parece que voy teniendo problemas de archivo en mi disco duro mental.)
El caso es que uno de mis compañeros de tertulia, veterano periodista afincado en Madrid, aprovechó uno de los momentos de la parte de la charla que dedicamos a hablar del anuncio de abandono de la política de Josu Jon Imaz para afirmar que «todos los partidos nacionalistas tienen algo de nazis». A lo que le repliqué preguntándole si se estaba refiriendo a los partidos nacionalistas españoles, tales como el PSOE y el PP. A la vista de su estupor, llegué a la conclusión de que ni siquiera entendía de qué le estaba hablando.
Unos cuantos minutos después, habiendo cambiado de tercio y entrado a comentar los líos de la Formula 1, el mencionado contertulio –que no identifico, porque a los efectos de este Apunte podría ser él o cualquier otro– afirmó que en realidad no estaba demasiado interesado en las carreras de coches, pero que le gustaba ver ganar a Fernando Alonso. Aclaró en seguida que su satisfacción provenía del hecho de que Alonso es español.
Tomé esa confesión como muestra del funcionamiento multiusos del nacionalismo español, aplicado en ese caso al deporte. Los nacionalistas españoles se hacen forofos de tal o cual modalidad deportiva o la desdeñan según tengan o no compatriotas que triunfan en ella. Se entusiasman con la Fórmula 1 cuando vence Alonso, y con el tenis cuando Nadal gana a Federer, y con el golf cuando surge un Ballesteros, y con el ciclismo cuando aparece un Indurain, pero, así que no hay nadie de su aldea que compita por la victoria, se desinteresan por completo del asunto, como está evidenciando la actual Vuelta Ciclista a España, que deambula sin pena ni gloria por culpa de la carencia de héroes locales.
Para mí que esa reflexión tampoco encontró demasiada acogida. Y es que una de las características fijas de los nacionalistas de Estado es que no se ven a sí mismos como defensores de una ideología concreta. Dan por hecho que lo suyo es de cajón, que está inscrito en el orden natural de las cosas, que responde a la lógica más elemental. Ellos no son ni particularistas, ni exclusivistas, ni provincianos. Ésa es una lacra que sólo persigue a los nacionalistas regionales.
A nada que te descuides, se proclaman ciudadanos del mundo y presumen de despreciar las fronteras.