Ayer me tocó hacer triple jornada de aeropuertos. Muchas horas de espera, por el norte, el centro y el sur. No sabría decir cuántas: sólo sé que salí de casa a las 10 de la mañana y regresé a las 2 de la madrugada, para un total de dos horas de trabajo productivo.
Como no es raro que me corresponda afrontar situaciones de ésas –aunque suelan ser más breves, por fortuna–, suelo ir bien provisto de lectura. No obstante, hay veces que mis cálculos, aunque suelen ser generosos, se quedan cortos, y que, terminada la novela de turno, vistos para sentencia varios periódicos y oídos los noticiarios radiofónicos de rigor, no me queda más remedio que buscar auxilio en las librerías que suele haber en las salas de espera. Lo hago sin mucha esperanza, porque los libros que suelen tener a la venta rara vez me interesan, al estar evidentemente hechos no para que la gente mate el tiempo, sino para que lo asesine, sin más. De todos modos, es cierto que en más de una ocasión esos paseos distraídos por los estantes de los puestos de libros y revistas de los aeropuertos me ha aportado alguna sorpresa agradable. Ya que estoy en ello, os hablaré de la última: es algo así como una novela, de técnica inclasificable, original en su planteamiento e insólita en su desarrollo, que lleva por título La pesca de salmón en Yemen, de la que es autor un literato primerizo, llamado Paul Torday, que ha sido publicada en castellano por Ediciones Salamandra hace un par de meses. Ácida, sana, refrescante y, además, realmente divertida. 16,50 euros bien empleados.
Hay libros cuyos títulos me resultan atractivos precisamente por lo poco atractivos que resultan. Éste que acabo de citar es uno. Se diría que autor y editor se han puesto de acuerdo para que cualquier merluzo (o salmón) que lo vea en un estante pase de largo. Como si quisieran quitarse de encima a los hipotéticos lectores o lectoras de best-sellers, de ésos que se paran inmediatamente delante de una obra gorda con sobrecubierta de letras doradas y título sonoro, tipo El novio oculto de San Pablo, La undécima tumba del Vaticano o La túnica púrpura de la capitana Jimena.
Ayer me topé con un libro de ésos que han sido concebidos con la obvia intención de ponerle en cosa de nada una banda amarilla que diga: «23 Ediciones. ¡El libro que te enseñará todo lo que necesitas saber sobre los hombres!», y dentro de un par de meses: «¡150.000 ejemplares vendidos! ¡El libro que te enseñará todo lo que necesitas saber sobre las mujeres!»
Se llama Millones de mujeres quieren conocerte.
Le eché un vistazo. Lo ha escrito un señor llamado Sean Thomas y se basa en una idea que sería muy original si no fuera porque no lo es. Andrés Aberasturi la tuvo ya hace tiempo. Consiste en meterse en plan subrepticio en muchos de los muchísimos chats de contactos que existen en Internet y cotillear cómo es la gente que les dedica tiempo y ganas. No sé si el desarrollo del previsible temario de ambos libros será semejante, porque no he leído ninguno de los dos, situación que algo me dice que se mantendrá durante los próximos tres o cuatro siglos.
La propaganda dice que el libro de Mr. Thomas resulta «excitante», pero para mí que es una afirmación derivada de una mala traducción del inglés, porque no tiene pinta de habérseles escapado a los editores de La Sonrisa Vertical.
Opté por quedarme con lo único que el libro me daba rápido y gratis: el título. Más que nada porque me tocó las narices. Y cómo había terminado ya R de rebelde, de Sue Grafton, y prefería dejar pasar un rato antes de iniciar B de bestias, más que nada para que las dos novelas, ambas con Kinsey Millhone como protagonista, no se me hicieran un lío en la memoria, me puse a especular con el título de marras.
Saqué de mi cartera de mano uno de los cuadernos de Note Book que utilizo para estos menesteres, empuñé la pluma –últimamente he regresado a las estilográficas– y escribí:
«Mr. Thomas:
»Si usted no me conoce, no sabe quién puede querer conocerme.
»Si usted no sabe quién va a leer el título de su libro, ignora a quiénes está dirigiendo su afirmación.
»Al no saber de mí nada de nada, usted desconoce si tengo interés en conocer más gente de la que ya conozco y de la que la vida me va a poner por delante sin necesidad de hacer ningún esfuerzo extra. ¿Por qué supone que puedo estar interesado en algo de porvenir tan incierto?
»Y lo que es peor: ¿qué le hace presuponer que, en el supuesto de que tuviera gana de “conocer mujeres”, así, sin más precisión sobre ellas que la posesión de unos determinados genitales, necesitaría de los auxilios de su libro para lograr mi propósito?
»Es de temer que usted, Sr. Thomas, trabaja con demasiados estereotipos, ninguno demasiado agradable. Escribe para un hipotético lector solo, heterosexual, con deseo de tener más conocimiento de mujeres, en general (o sea, de “la mujer” como ente abstracto, esto es, como representación concreta del sexo abstracto), por un procedimiento que favorece el engaño y dificulta la selección individual, mujeres que a su vez se sienten solas y con ganas de conocer a “un hombre”… Puaf.
»Todo eso, que usted, señor Thomas, dice que le parece muy divertido, y que sus editores promocionan como “hilarante”, es algo que: a) ya sabemos que existe, sin necesidad de pagarles a ustedes 16,90 euros para que nos lo cuenten en plan paternalista y condescendiente; b) con lo que sé de ello, yo al menos me considero servido; no tengo mayor interés en conocerlo mejor; y c) no digo que el asunto resulte patético y deprimente, porque cada cual se las arregla como puede, y tiene todos mis respetos, pero desde luego no lo veo como materia para un libro frívolo, de usar y tirar.
»Una última pregunta, inevitable tras la relectura de lo único que conozco de su libro: el título. ¿Qué es eso de Millones de mujeres quieren conocerte? ¿Cuándo le he dado yo permiso para tutearme?»
Escrito lo cual, me dispuse a emprenderla con el B de bestias, de Sue Grafton.
Y no veáis en ello nada de subterfugio literario, sino un Apunte de la pura realidad: en ese momento se me acercó un caballero muy amable, que me dijo: «Perdone, pero usted, ¿no salía en La pelota vasca, la película de Medem? Es que recuerdo su intervención, que me gustó mucho» A lo que le contesté (¡lo juro!): «Pero, por favor, no me trates de usted».
Claro que era un hombre de unos 40 años, que me dijo que era de Elx. Y no «millones de mujeres».
Y menos aún Sean Thomas.