¿Por qué las portadas de los periódicos europeos trataron ayer como una noticia menor el hundimiento de un ferry egipcio en el que han perecido unas 1.000 personas? Porque eran mil. Y porque se trataba de árabes de un cierto nivel económico. De haber sido 80, filipinos y pobres, la noticia habría quedado para páginas interiores.
Y es que estamos hablando de periódicos. Si se tratara de televisión y hubiera unas buenas imágenes de náufragos, cadáveres flotando en el agua y familiares de las víctimas gritando a voz en cuello y llorando a lágrima viva, sería otra cosa. En televisión esas cosas funcionan. En la prensa escrita dan muchísimo menos juego.
Oí ayer en la radio lastimeros
meaculpas sobre lo injustos que somos los periodistas y la frialdad con la que
podemos afrontar las peores desgracias, siempre que nos pillen de lejos.
Paparruchas. La mayor, discreta, menor o nula sensibilidad de los periodistas
no pinta nada en este asunto. Quienes elaboran las portadas no valoran las
noticias a su aire, en función de sus propias jerarquías de valores –en el
supuesto de que tengan de eso–, sino evaluando un conjunto de factores, el
principal de los cuales, mano a mano con los intereses empresariales del medio, es el interés que saben por experiencia profesional que cada una de las noticias va a despertar
en el público lector.
El hundimiento del ferry egipcio interesa a los lectores, pero no mucho, para qué engañarse. No es el Titanic. No llevaba pasajeros de fama mundial: banqueros, magnates de la industria, artistas de primera fila... A la mayoría de los compradores de periódicos –por no hablar de los que ni siquiera los leen– les inquieta más bien poco que haya hoy mil egipcios menos que ayer. Su muerte no podía pesar más que las otras noticias que le disputaban los honores de las portadas.
Nuestros periódicos se atienen con precisión a las reglas que funcionan en las torres de marfil de las sociedades desarrolladas. En ellas sólo importa lo que le sucede a la gente que importa.
Eso implica una criba geográfica, desde luego (a más lejanía física, más distancia emocional), pero no sólo. También funcionan, y mucho, los distingos de clase. Hasta el de al lado mismo parece lejano, si es pobre.
Lejos de mí el deseo de negar que la profesión periodística sea un asco. Lo es: si lo sabré yo. Lo que sostengo es que la Prensa constituye sólo una pieza –todo lo importante que se quiera, pero sólo una– del gran asco general en el que estamos metidos hasta el cuello por deseo mayoritario manifestado cada cuatro años en las urnas y todos los días a todas las horas y en todas partes.
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Post data.– No creí que hiciera falta que lo dijera, pero parece que sí, de modo que lo hago constar: considero que no es de ningún modo aceptable que algunos gobiernos confesionales islámicos culpen a los estados europeos de lo que publican o dejan de publicar los medios de comunicación privados que se editan en sus países. Menos todavía que inciten a sus ciudadanos a asaltar embajadas europeas. Ya sé que la injerencia en los asuntos internos de otros países no es monopolio de esos estados, ni mucho menos, pero que otros más poderosos lo hagan –véase lo que está sucediendo con Irán– no enerva la grave injusticia de su comportamiento.