Mi columna de hoy en Público se refiere al simplismo de los razonamientos que suele emplear en muchas de sus intervenciones públicas el ex presidente del Gobierno José María Aznar. (Por cierto que la pata de banco con la que salió anteayer el ministro de Justicia, afirmando que él no comenta las palabras de Aznar porque el ex presidente no está en la política activa, fue sólo eso: una pata de banco. Hay diversos modos de estar presente en la vida política, y Aznar se sirve de varios de ellos: lo está en tanto que presidente de honor del PP, lo está como obvio referente de autoridad de la derecha española, lo está como cabecilla de la FAES… Retirarse de la política activa es algo muy distinto. Es lo que hizo Manuel Pimentel, o lo que hizo Carlos Solchaga, por citar dos políticos de signo distinto. Se retira de la vida política aquel que se ausenta de ella. Es así de sencillo. Y Mariano Fernández Bermejo, a quien la lengua a veces le corre con más rapidez que el pensamiento, lo sabe: Aznar no lo ha hecho.)
Dicho lo cual, retorno al sistema de argumentar que hace suyo José María Aznar, del que mi artículo de hoy en Público ofrece una muestra, pequeña pero significativa: consiste en presentar una determinada proposición como si fuera obvia (razón por la cual no se cree en la obligación de demostrarla) y construir sobre esa base el resto de su presunto razonamiento, hasta llegar a las conclusiones que él desea.
Dada la brevedad que exige una columna de prensa (2.200 caracteres, en el caso de El dedo en la llaga), me he limitado a refutar en la mía de hoy la supuesta obviedad de Aznar (“los atentados de ETA tienen invariablemente una autoría ‘intelectual’ distinta de la material o ejecutora”) apelando a los atentados de los Comandos Autónomos Anticapitalistas, que el propio Aznar siempre contabilizó en el debe de ETA. Varios de sus atentados fueron planeados y llevados a cabo por la misma gente.
Pero hay otro ejemplo más sugestivo y, si se quiere, más bonito desde el punto de vista del análisis: el de la kale borroka. Según los planteamientos del PP, en buena medida respaldados por la doctrina Garzón y por varias sentencias de la Audiencia Nacional, las acciones de kale borroka deben ser englobadas dentro del terrorismo de ETA, y sus responsables, juzgados y condenados como miembros de ETA. Pues bien: está sobradamente demostrado que buena parte de esas acciones son pensadas, decididas y ejecutadas por los mismos elementos.
A mí no me cabe ninguna duda de que ETA modula tanto los altos y los bajos como la intensidad de la kale borroka. Pero ETA no entra a decidir si los borrokas deben quemar este coche, aquella excavadora o tal o cual autobús, si han de destrozar un cajero automático de la BBK o de la Caixa, o si conviene que tiren esta noche un cóctel molotov contra un concesionario de automóviles o contra una estación de Feve. ETA da la consigna general que debe ser aplicada (“Enseñémosles un poco los dientes”, “Adelante a medio gas”, “Vamos a tope”) y luego los comandos urbanos se encargan de traducir esas consignas en actos concretos que deciden según su peculiar saber y entender.
Si os fijáis, es una técnica similar a la que aplican los grupos vinculados ideológicamente a Al Qaeda a lo largo y ancho del mundo: ellos saben qué línea general están marcando los jefes, pero sus acciones, en la práctica totalidad de los casos, las deciden y las montan ellos mismos, en función de las informaciones y de los medios materiales y humanos que están a su disposición.
En realidad –y éste es otro aspecto no menos evocador de la cuestión– siguen un modo de acción que guarda una cierta similitud (y muchísimas diferencias) con el que las partidas de semi-bandoleros semi-guerrilleros españoles siguieron contra las tropas ocupantes francesas durante la llamada Guerra de la Independencia Española, entre 1808 y 1814. Fue el primer caso de guerra asimétrica tipificable como tal. Nadie les decía al cura Merino, a Espoz y Mina, a José María El Tempranillo, a Juan Martín El Empecinado o a Julián Sánchez El Charro qué acciones debían emprender contra las tropas francesas. Se suponía que tenían la orden general de hacerlo como mejor supieran y pudieran, aunque nadie se la hubiera dado en mano. Sus ataques no tenían más “autoría intelectual” que ésa: la que parecía emanar de Cádiz. El abismo existente por entonces entre quienes pensaban y quienes actuaban resultaba tan llamativo que el propio Carl Marx llegó a escribir a ese propósito: “En Cádiz estaban las ideas sin acción; en el resto de España, la acción sin ideas”.
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Salut
Escrito por: Ardibeltz.2007/11/09 13:34:22.192000 GMT+1
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