El juez Javier Gómez Bermúdez se molestó porque al testigo, Gorka Vidal, convocado a declarar en tanto que miembro de ETA, le entró la risa cuando le preguntaron si su organización tuvo algo que ver con los atentados del 11-M. Le conminó a ponerse serio, le señaló en tono cortante que lo que se juega en ese juicio es de una extraordinaria gravedad y le ilustró sobre cómo debía responder: «Dice usted “no” y se acabó».
El testigo, con independencia de lo que considerara el juez Gómez Bermúdez, tenía perfecto derecho a manifestarse sorprendido por la pregunta y a responder que le parecía absurda, entre otras cosas porque lo era, y de manera muy obvia. Se le pidió que testificara si ETA tuvo relación con los atentados del 11-M. El declarante puede que haya sido de ETA, pero no es ETA, en su integridad. Él no puede estar al tanto de lo que han hecho o han dejado de hacer en uno u otro momento todos y cada uno de los miembros de la organización.
A nadie se le puede pedir que declare sobre algo que es imposible que sepa, de modo que, en todo caso, lo que debería haber hecho el presidente de la Sala es atajar la pregunta de la abogada de laAVT Manuela Rubio, reclamándole que interrogara al testigo sobre aquellos extremos de los que podía tener un conocimiento directo. ¿Tuvo Vidal alguna relación con los atentados del 11-M? ¿Alguien perteneciente a ETA asumió ante él que la organización estuviera involucrada en esos crímenes? Si sí, pues sí, y si no, pues no.
En todo caso, lo que resultó improcedente a más no poder es que el juez sugiriera al testigo el tenor de la respuesta que debía dar. El «Dice usted “no” y se acabó» de Gómez Bermúdez es digno de una antología del cheli procesal.
Nada nuevo bajo el sol: se trata tan sólo de otra de las muchas chulerías con las que nos festeja cada vez que adopta esa pose tan suya de Ironside malagueño y retira la palabra a los acusados para que no pierdan el tiempo defendiéndose, abronca a los traductores, ridiculiza a los abogados –con los que luego se disculpa a escondidas, como si con eso arreglara algo– o da voces a los técnicos del equipo de sonido, para que quede claro que él es la Ley, como dice cada tanto cualquier nota, desde Dirty Harry a Edward G. Robinson, pasando por James Cagney, en alguna peli de Hollywood .
Lo que más me fascina del juez Gómez Bermúdez es que está consiguiendo que le coja un paquete de mucho cuidado a pesar de que la causa a la que se supone que favorece con sus salidas de tono es la que yo también defiendo.
Mi problema es que no me gusta ganar de cualquier manera.
Según estaba escribiendo la frase anterior, me he acordado –por mero capricho de la memoria, que asocia las ideas a su aire– de uno de los últimos partidos de fútbol-sala que jugué cuando todavía podía. Fue hace algo sí como 18 años. Nos enfrentábamos unos cuantos de El Mundo contra otros tantos de otro medio, no recuerdo cuál (¿Radio Nacional? ¿TVE? Sé que estaba José Ángel de la Casa). El caso es que jugábamos sin árbitro, por lo cual las faltas había que consensuarlas. Y yo hice una que nadie advirtió, salvo la víctima de mi entrada y yo mismo. Según sucedió, exclamé: «¡Falta, falta! ¡A su favor!», e interrumpí el juego para que sacara el equipo contrario. El que actuaba como si fuera nuestro capitán –aunque no lo hubiéramos elegido para ello, ni falta que hacía– montó en cólera: «¡Y a ti quién te manda aceptar una falta que nadie ha reclamado! ¡Estás loco!». Le hablé del fair play, de la deportividad, de que estábamos jugando entre colegas… Pero no hubo nada que hacer. Era evidente que habitábamos en dos galaxias distintas. (Hoy en día es muchísimo más evidente.)
Los que leéis estos apuntes a diario sabéis que no hace mucho recordé una frase histórica de complicada atribución: «Tal vez sea un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta».
Ahí está la cosa: yo no participo de esa filosofía de la vida. No acepto tener a mala gente en mi bando, aunque parezca que conviene a la defensa de lo mío y de los míos.
Si es mala gente, no está en mi bando.
O sea, y en resumen: que para mí que este juez, el tal Gómez Bermúdez, es mala gente.