Me cuentan que la biografía autorizada de Esperanza Aguirre que acaba de publicarse está redactada a partir de diez largas conversaciones que la autora tuvo vía teléfono móvil con la presidenta de la Comunidad de Madrid. Quien me proporciona el dato me asegura que es la propia redactora del libro, Virginia Drake, la que lo hace constar.
La envidia me corroe. Para la redacción de las memorias de Xabier Arzalluz, mantuve con él 26 entrevistas, cada una de entre tres y cuatro horas de duración. No sé cuántas semanas invertí en el trabajo de hemeroteca, pero puedo decir que se concretó en más de 3.000 fotocopias de noticias, editoriales y columnas de prensa.
Recordando aquel trabajo, que se prolongó por más de un año, enterarme de que hay quien escribe biografías a partir de unas cuantas conversaciones por móvil («largas», dicen, pero se ve que no lo suficiente como para que se justificara el encuentro personal), ¿cómo no me va a dar envidia?
Me viene al recuerdo lo que le oí hace años a un colega. Dijo que él no tardaba nunca más de media hora en escribir una columna. Lo comparé con la hora y media (o más) que me puede costar a mí, que miro cada párrafo por arriba, por abajo y de costadillo antes de darlo por bueno –y todavía después de eso sigo con dudas–, y me dije que así me va.
Pero se ve que todo está más o menos en consonancia.
Me explico. Cuando yo terminé mi parte del trabajo en las memorias de Arzalluz y pasé el manuscrito al propio Arzalluz para que lo supervisara, él no sólo lo repasó con notable atención, sino que lo hizo llegar a varias personas de su confianza, para que le ayudaran a sortear las posibles trampas que hubiera podido tenderle la mala memoria. El resultado fue un número considerable de correcciones, algunas de bastante entidad.
En cambio, he leído que la biografía autorizada de Esperanza Aguirre no fue supervisada por la propia presidenta de la Comunidad de Madrid, sino por gente de su Gabinete de Prensa. De modo que es una biografía autorizada, sí, pero por delegación. Consentida, como aquel que dice. Eso es lo que explica el aparente absurdo de que la propia autorizadora del libro –es decir, la que se supone que avala lo que en él se cuenta– desmienta algunas de las afirmaciones que se le atribuyen en la obra, como la cosa ésa tan graciosa de que su sueldo no le permite llegar a fin de mes. Son pequeñas frivolités que subrayan la simpática espontaneidad y el poco apego a las formalidades que tiene el personaje.
Bueno, ya dejada constancia de mis frustraciones de escritor empeñado en tomarse en serio lo que en realidad puede hacerse de manera menos envarada, mucho más alegre y –sobre todo– muchísimo más rápida, amén de rentable, pasaré a hablar de las relaciones entre Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz Gallardón y de los dos modelos que representan, que es asunto de interés también relativo, pero en todo caso más general.