Un amigo mío de allá por los años 60, muy cristiano él, se empeñó un buen día en que le justificara mi ateísmo. «¡Demuéstrame que Dios no existe!», me conminó. Y yo le respondí: «Demuéstrame tú que en este mismo momento no hay sobre la superficie de Venus un homínido de 1,54 metros de estatura que está leyendo las rimas de Bécquer». Se sintió ofendido. «¡Qué tontería! ¿Y por qué iba a existir ese homínido? ¡Qué idea tan absurda! ¡Demuéstrame tú que existe, en todo caso!», protestó. A lo que le contesté: «Tienes razón. Comparto tu lógica. Y precisamente por eso me veo en la necesidad de reclamarte que seas tú el que demuestre que existe eso a lo que llamas Dios. Porque a mí me parece un ente mucho más improbable que mi homínido de Venus.»
Pasados los años, cuando mi interés por la política me llevó a incurrir gravemente en el estudio del Derecho, supe que lo que en aquella ocasión me había propuesto mi amigo cristiano es lo que en términos jurídicos se denomina «invertir la carga de la prueba».
Es quien afirma que alguien ha hecho algo el que debe demostrarlo. No al revés. Nadie debe –he estado a punto de escribir «puede»; claro que puede, pero no debe– reclamar a otro que demuestre que no hizo esto o lo de más allá. Es el acusador el que debe aportar las pruebas.
Compruebo que hay alguna gente, casi toda vinculada al PP, que sigue insistiendo en que no se ha demostrado que ETA sea ajena a los atentados del 11-M. Y tiene razón. Tampoco está nada claro que alguna de las bombas de los trenes de la muerte de aquel día nefasto no la pusiera un homínido de 1,54 metros de estatura recién bajado de Venus e inspirado por alguna rima de Bécquer. Son los defensores de la tesis que relaciona al 11-M con ETA los que no han aportado nada que se parezca ni siquiera al amago de una prueba.
Considerar que la relación entre unos presos y otros puede tenerse por demostrativa de algo es no tener ni puñetera idea de cómo funcionan las cárceles. Durante mi estancia en prisión, hace algo así como treintaitantos años, tuve contacto con asesinos, estafadores, traficantes de droga y no sé cuantos delincuentes más, organizados y desorganizados. Puedo jurar que no tuve la más mínima relación con sus siguientes crímenes.
Y si alguien cree lo contrario, que lo demuestre.