Ignacio Astarloa, secretario de Justicia y Seguridad del PP, ha rechazado indignado que su partido tema el fin de ETA, según han insinuado algunos dirigentes socialistas. Astarloa tilda de aberrante semejante sospecha, así se formule como mera hipótesis.
Supongo que muchos ciudadanos compartirán su enojo. ¿Cómo no va a desear la desaparición de ETA un partido que ha sufrido en sus propias carnes –¡y de qué forma!– los estragos causados por la organización terrorista?
Pretender que al PP le conviene la pervivencia de ETA viene a ser como afirmar que a la Iglesia católica le interesa que el pecado siga siendo una de las prácticas humanas más frecuentadas.
Justamente.
No pongo en duda –Dios me libre– que la gran mayoría de los sacerdotes católicos odien el pecado con toda su alma, pero eso no me impide constatar que, en el caso de que el pecado desapareciera de la faz de la tierra, el oficio de sacerdote perdería por completo su razón de ser. ¿Cómo predicar la bondad a una Humanidad unánimemente buena? ¿Cómo denostar la malignidad donde no existe? ¿Qué vilezas podrían confesarse, qué perversiones cabría absolver, qué arrepentimientos sería dado purgar en un mundo impoluto, noble y virtuoso? No, nada, ninguno, nadie. Donde no hay mal, tampoco cabe el bien.
Volvamos al PP y a la realidad de Euskadi. Durante años y más años, el PP vasco se ha definido en relación –en oposición– a ETA, cuya actividad terrorista ha venido caracterizando como una consecuencia natural e inevitable del ideario nacionalista. Los populares vascos han dicho de todo acerca de ETA y del nacionalismo. Tanto han dicho que no les han quedado ni tiempo ni ganas de decir apenas nada sobre cualquier otra cosa.
Todo el mundo recuerda la época del rutilante liderazgo de Mayor Oreja, que gozó de una gran popularidad fuera de Euskadi, hasta el punto de ser postulado –y de postularse– para sucesor de Aznar. ¿Alguien supo alguna vez qué programa económico tenía Mayor Oreja, qué pensaba de la ampliación de la UE, qué alternativas proponía para la pequeña y mediana empresa, cómo encaraba el desarrollo de las infraestructuras...? Nada. Sólo se sabía lo que decía de ETA, de las treguas-trampa, del nacionalismo democrático como instrumento para obtener por la vía de las urnas lo que no lograba por la fuerza de las armas, etc., etc. Como hubiera dicho el bueno de Carlos Sanz –tan excelente como preterido pintor donostiarra–, Mayor Oreja fue, antes de perderse por los oscuros pasillos del Parlamento Europeo, un político «monográfico, lineal y exhaustivo».
Imaginemos por un momento –y ojalá que en este caso la imaginación funcione como vaticinio– que ETA decide disolverse y el plomo y la metralla desaparecen como elementos integrantes del paisaje político vasco. ¿Qué bandera habría de izar el PP en Euskadi? ¿La del anti nacionalismo vasco? Sí, pero, privada esa alternativa del contexto trágico que le proporciona la violencia, su atractivo electoral bajaría enteros en caída libre.
De modo que tampoco hay que echarse las manos a la cabeza si alguien afirma que hay contrarios que son interdependientes. Porque suelen serlo.
Nota de edición: Javier publicó una columna de igual título en El Mundo: Los contrarios se necesitan.