Un rápido repaso a las reacciones oficiales de los estados miembros de la UE tras los ataques sufridos por algunas legaciones diplomáticas europeas en Siria y Líbano pone de relieve que «inaceptable» es el adjetivo más usado en las declaraciones y comunicados de condena emitidos al efecto, seguido de cerca por «intolerable».
Ambos calificativos aparecen flanqueados muy a menudo por el adverbio «absolutamente».
No recuerdo ya quién fue el fabricante de frases campanudas que inventó aquello de que «los esfuerzos inútiles conducen a la melancolía». De ser eso cierto, los autores de declaraciones y comunicados de condena estarían entre los individuos más melancólicos del mundo.
Que alguien proclame que considera «inaceptable» que le quemen unas oficinas de su propiedad es cosa innecesaria como pocas. Va de suyo. Lo sorprendente –y muy digno de una declaración pública– sería lo contrario. Imaginemos que se hace pública esta declaración: «El Gobierno de Dinamarca quiere manifestar que acepta resignadamente la quema de su legación diplomática en Damasco. Dios nos la dio, Dios nos la quitó.» Eso sería noticia. Lo contrario, ni pizca.
Pero aún más boba es la utilización del adjetivo «intolerable». No digamos si encima se hace acompañar del «absolutamente» de rigor.
¿El Gobierno de Dinamarca no tolera lo ocurrido? Ah, magnífico. ¿Y qué va a hacer para remediarlo, neutralizarlo y contrarrestarlo? ¿Qué medidas va a tomar para materializar su intolerancia «absoluta»? ¿Habremos de entender que el llamamiento que ha hecho público recomendando a los ciudadanos daneses que se encuentran en Oriente Medio que regresen a casa es su modo de afrontar lo «intolerable»?
Me recuerdan los largos y onerosos años en los que ETA mataba todas las semanas, y hasta dos veces por semana. Entonces, cada vez que se producía un atentado mortal, aparecían dos docenas de comunicados de condena en los que sus autores afirmaban muy solemnemente que lo sucedido era «intolerable». Dicho lo cual, seguían en las mismas, a la espera del siguiente atentado, demostrando en la práctica que los atentados serían todo lo terribles que se quisiera, pero que no les resultaban intolerables, porque los toleraban. Si realmente los hubieran sentido como intolerables, en el sentido riguroso del término, habrían hecho lo que fuera para que cesaran. Y no lo hicieron.
De hecho, ETA se dejó engañar por aquellas proclamas y creyó que realmente era intolerable. Pensó que, al serlo, el Estado español se vería forzado a cambiar de posición, fuera aumentando cualitativamente la represión en Euskadi, fuera negociando una salida al conflicto. Pero no hizo nada de eso. Porque lo de «intolerable» era sólo una manera de hablar.
De hablar sin decir nada, igual que los comunicados que está emitiendo ahora mismo la UE.