Me he puesto hace un rato a leer una noticia sobre unas declaraciones de Aznar en Calatayud, en las que dijo cosas verdaderamente insólitas, como que todo voto que no vaya a parar el próximo domingo al PP es un voto a favor de que ETA entre en las instituciones.
Llevaba leídas dos terceras partes del texto –por otro lado no demasiado largo–, cuando he perdido todo interés en la noticia y me he pasado a otra cosa. A otra cosa totalmente ajena a las elecciones.
Al cabo de un rato, me he parado a reflexionar sobre mi comportamiento. Me he dado cuenta de que, de manera espontánea, estaba leyendo la prensa prestando una atención muy superficial a las noticias sobre las elecciones. He constatado que, de hecho, había dedicado más tiempo a leer lo que los periódicos contaban sobre las inundaciones de ayer que a prestar atención a lo que dicen y hacen los candidatos.
Supongo que buena parte de mi desinterés se debe a la inflación de periodismo declarativo que padecemos. Los periódicos dedican páginas y más páginas a contar que si Fulano ha dicho que tal y Mengano ha contestado que cual, que son enésimas y soporíferas versiones de lo que todos los Fulanos y Menganos de unos y otros partidos dicen y repiten a diario hasta el hartazgo por todas partes. (*)
Pero me da que hay algo más. Menos coyuntural y más trascendente.
Ayer lo comentaba en Bilbao con una colega. Ella, que es joven, me decía que buena parte de la gente de su edad –y estamos hablando de una ciudad que se supone bastante politizada– no sigue la actualidad política con ninguna pasión. No la sigue, sin más. Le presta atención en algunos momentos («Cuando la declaración de la tregua, durante unos cuantos días», me dijo) y ya está, eso es todo.
Los políticos profesionales están consiguiendo que la gran mayoría ciudadana dé la espalda a la política. Constato en mí mismo que incluso nos vemos arrastrados a esa indiferencia quienes tradicionalmente hemos venido ocupándonos más de la llamada cosa pública.
La primera reacción, típica del pensamiento tópico, es concluir que se trata de «un preocupante fracaso de la clase política», etc. (Pienso en la frase y me sale ponerla en labios de Durán Lleida: es que se la oigo). Pero le doy un par de vueltas más y comprendo que no hay fracaso que valga: es un exitazo. A los políticos del establishment –pido perdón a los que no lo son–, les viene de cine que la ciudadanía se despolitice a marchas forzadas. De esa manera, ellos se dedican a sus delicadas maniobras particulares, haciendo y deshaciendo con los asuntos públicos, sin que apenas nadie los estorbe.
Deben de estar haciéndolo muy bien –aunque no lo sepan (**)–, para que incluso los más politizados de la parroquia tengamos ganas de tirar la toalla y ocuparnos de cualquier otra cosa.
_________
(*) El País –que está siguiendo una de las derivas más erráticas que haya registrado el periodismo a lo largo de los últimos decenios– ha decidido que, si los lectores estábamos hartos con la taza habitual, lo mejor era darnos tres tazas y media, y nos está proporcionando a diario kilo y medio de nuevas que no tienen nada de tales (una nueva debería empezar por ser nueva) y cuatro kilos de opiniones patéticamente insustanciales, para lo cual no ha tenido suficiente con movilizar a todos sus opinantes de profesión, incluidos los que no tienen ni idea de política, sino que ha metido también de por medio a un montón de ciudadanos anónimos (¿por qué los llamarán así, si dan su nombre?) empeñados en demostrarnos su capacidad para soltar topicazos en tropel. Todo ello en plan de «ande o no ande, caballo grande».
(**) «Lo hacen, pero no lo saben»: una sentencia de Carl Marx, incluida en El Capital, muy citada por los sesenta. André Gorz la puso como frontispicio de su La moral de la Historia, me parece recordar. Podría haber sido de Shakespeare, o de Freud, pero fue de Marx.