Hay rumores de que ETA va a publicar un comunicado para decir que puso la bomba en la T-4 de Barajas con la exclusiva intención de advertir al Gobierno español de su capacidad operativa, pero sin ningún deseo de provocar víctimas, que lamenta lo sucedido y que no da por rota la tregua.
Si lo hace, ya lo comentaremos con el debido detalle, pero de momento convendrá que todos –no sólo ETA– asumamos el hecho de que el llamado proceso de paz, tal como arrancó tras la declaración de alto el fuego de marzo, se ha ido a pique. La tregua de ETA puede volver, porque eso sólo depende de ETA, pero el diálogo del Gobierno con ETA y los amagos de distensión asociados a él (porque tampoco hubo mucho más que amagos) han saltado por los aires sin remedio. Si vuelve a haber algo de eso, lo que supongo que acabará por suceder, será en otro momento y en condiciones distintas. Es decir, más tarde, con más dificultades... y con más víctimas de por medio. Con más víctimas de todo tipo.
El Gobierno está filtrando ahora a diestro y siniestro que tenía preparado un cambio de política penitenciaria con respecto a los presos vascos. Dice que empezaría a notarse en febrero y que ya se lo había hecho saber a ETA. Supongo que pretende demostrar con ello que su posición no era tan inmovilista como parecía (y como él mismo alardeaba de que era). No asume dos errores fundamentales que ha cometido: primero, utilizar como moneda de cambio política el reconocimiento de los derechos legales de los presos; segundo, tardar casi un año en disponerse a adoptar las primeras medidas positivas, sin haber parado durante todo ese tiempo de insistir en las negativas.
Batasuna está pasando también por un calvario de mucho cuidado. Las declaraciones que hicieron ayer varios de sus dirigentes transparentaban su perplejidad y su desolación. No les llega la camisa al cuerpo, pero no sólo por el trago que les supone dar la cara después de lo ocurrido, sino también porque se dan cuenta de la larga y penosa travesía del desierto que les espera por delante. Imagino que no pocos de ellos se estarán planteando lo mismo que me consta que rumian otros de bandos distintos, pero también implicados en el proceso de paz, o sea, las ganas de decir: «Lo siento. No doy más de mí. Seguid vosotros, si podéis. Yo estoy demasiado cansado».
Para mí que no hay nadie, para estas alturas, que no quisiera que el reloj empezara a correr a toda velocidad para atrás, hasta plantarnos en el 29 de diciembre. Supongo que los jefes de ETA desearían regresar incluso a días anteriores, cuando tomaron la decisión de hacer lo que luego se les ha ido tan terriblemente de las manos.
No estamos ante nada nuevo. Sófocles se limitó a copiar de la propia realidad. Shakespeare no fantaseó para crear el tenebroso mar de fondo de sus dramas. Es mucha la gente que, movida por tales o cuales pasiones –el honor, la familia, la patria: cosas de ésas–, comete actos de consecuencias terribles, no pretendidas, y además irreversibles, que provocan la desolación general, incluida la suya misma.
Un bilbaino lo escribió en 16 versos:
Humanamente hablando, es un suplicio
ser hombre y soportarlo hasta las heces,
saber que somos luz, y sufrir frío,
humanamente esclavos de la muerte.
Detrás del hombre viene dando gritos
el abismo, delante abre sus hélices
el vértigo, y ahogándose en sí mismo,
en medio de los dos, el miedo crece.
Humanamente hablando, es lo que digo,
no hay forma de morir que no se hiele.
La sombra es brava y vivo es el cuchillo.
Qué hacer, hombre de Dios, sino caerte.
Humanamente en tierra, es lo que elijo.
Caerme horriblemente, para siempre.
Caerme, revertir, no haber nacido
humanamente nuca en ningún vientre.
Lo dijo Blas y amén, punto redondo.