Estoy molesto, ya que no sorprendido, con los comentarios editorializantes que salpican las noticias sobre la huelga de pilotos de Iberia. Muy pocas se limitan a informar sobre lo que sucede. Casi todas aprovechan para atacar la acción –la inacción– de los pilotos. De hecho, no hay hora del día que pase sin que alguien nos recuerde lo muy enfadados que están los usuarios y los demás trabajadores de Iberia y sin que el uno o el otro nos insista en que los pilotos constituyen «un gremio privilegiado» que plantea «reivindicaciones desorbitadas». El colofón suele ser una invitación apenas disimulada, si es que no indisimulada, a que la autoridad judicial atienda las demandas de la dirección de Iberia y declare ilegal la huelga.
Lo primero que debo decir, para que nadie se crea que examino el asunto desde fuera, es que la huelga en cuestión me ha ocasionado un perjuicio notable. En principio, ayer debería haber estado en Bilbao, para participar en la tertulia de Pásalo, el programa vespertino de ETB2 en el que ejerzo de contertulio. El paro de los pilotos hizo que se anularan los vuelos entre Alicante y Bilbao que me convenían, con lo que hube de renunciar a esa parte de mi trabajo (y de mis ingresos). O sea, que tengo muy buenas razones para estar molesto. Pero mis conveniencias personales no me obnubilan hasta el punto de volvérseme anteojeras. Todavía acierto a ver algo más que lo que tengo delante de las narices.
Por ejemplo: no se me pasa desapercibido que los medios de comunicación que hablan de los pilotos de Iberia como «un gremio privilegiado» nunca se hayan referido a los altos cargos de los propios medios de comunicación como «un gremio privilegiado». Y a fe que los sueldos de quienes componen los staff de dirección de los medios no tienen nada que envidiar al de los pilotos. Llamo la atención sobre el prudente silencio que guardan los medios en lo referente a la poderosa influencia que el elevado nivel de vida de quienes los dirigen tiene en los criterios con los que desempeñan su profesión y en cómo su posición social los aleja de la ciudadanía corriente y moliente, cosa que da igual en el caso de los pilotos, cuyo ejercicio profesional, mayormente técnico, depende poco de ese tipo de condicionantes.
¿Es excesivo lo que cobran los pilotos de Iberia? Es mucho, qué duda cabe, en comparación con los sueldos que son norma en la mayoría de los sectores laborales (y poco en comparación con los de algunos otros, como ya ha quedado dicho), pero no creo que quepa calificarlo de «excesivo». Doy por supuesto que cobrarán lo que fijen las condiciones del mercado. En mi vida he visto a un empresario que pague a sus empleados más de lo que le hace falta para conseguir que trabajen en las condiciones más ventajosas para él. Si las leyes de la oferta y la demanda han establecido esos sueldos, ¿en qué se apoyan las amargas quejas de quienes, por lo demás, defienden el libérrimo funcionamiento de los mercados como si les fuera la vida en ello?
Se me encienden las alarmas cada vez que oigo argumentaciones que desembocan en la demanda de limitar la libertad de huelga en la rama de los transportes de modo que su ejercicio no resulte lesivo para los usuarios. Me parece un intento demagógico de aprovechar el cabreo del público para colar restricciones abusivas del derecho de huelga. Dejar de prestar un servicio fastidia obligatoriamente a quienes precisan de ese servicio. Se me hace difícil imaginar una huelga de transportes que perjudique a la patronal sin molestar a los usuarios. Para hacer daño a la patronal y forzarla a negociar se requiere ejercer presión en la medida y en el momento más favorables para los trabajadores. Se podrá discutir a partir de qué punto el daño que la huelga causa a los usuarios deja de estar justificado y pasa a convertirse en abusivo. Lo que no puede aceptarse es lo que algunos reclaman, que no es otra cosa que la prohibición de hecho de las huelgas en la rama del transporte. Porque, cuando se imponen servicios mínimos que no tienen nada de mínimos, la huelga deja de ser huelga.
He oído en la radio a un representante sindical de los trabajadores de tierra de Iberia –de UGT o de CCOO, no recuerdo el detalle– que ponía en duda la legalidad de la huelga de los pilotos. Según él, las reivindicaciones del Sindicato Español de Pilotos de Líneas Aéreas (SEPLA) desbordan el marco de lo que puede ser materia de negociación colectiva. Es un argumento penoso, propio del burocratismo que se ha adueñado de la práctica de los sindicatos oficiales. Para empezar, tiene lo suyo que un sindicalista se meta a enjuiciar qué reivindicaciones son legales y cuáles no. Pero, dejando eso al margen, ¿qué materias considera él que deben quedar excluidas, por principio, de la negociación colectiva? ¿No tienen nada que decir los trabajadores si Iberia decide crear una línea de vuelos de bajo coste a la que ir trasladando una parte de sus actuales servicios? ¿Cree que el «bajo coste» del precio de los billetes se logrará sin degradar la calidad ya problemática del servicio y las condiciones laborales de los empleados?
Con independencia de que se adopte al final una u otra actitud ante esos planes, ¿cómo puede pretenderse que no tienen relación con la práctica sindical?
No pretendo avalar la justicia de las reivindicaciones que han motivado la huelga de pilotos. Ni mucho menos. No conozco lo suficiente su situación laboral. Además, desconfío de la distancia con la que tratan al resto de los empleados de la compañía.
Me he limitado a hacer algunas observaciones críticas sobre el modo en el que esta huelga está siendo presentada ante la ciudadanía. He creído que valía la pena.