El País de hoy incluye en portada una foto que da cuenta del rito que se celebra cada año en Tordesillas (Valladolid) en el que la multitud festiva se dedica a lancear un toro hasta acabar con él. Los esforzados toricidas tordesillanos invirtieron ayer cerca de una hora en aplacar su furia sanguinolenta, sanguina y lenta.
Tanto la fotografía, espléndida, como el pie de foto, descriptivo pero implacable –doblemente implacable, por meramente descriptivo–, son un buen ejemplo de periodismo de denuncia social, valiente y sin concesiones.
A veces, algunas veces, los grandes periódicos españoles tienen destellos de este género, que recuerdan lo que podría ser el periodismo si fuera una profesión íntegra, dedicada a dar cuenta de la realidad sin condicionantes espurios.
No hablo de objetividad, porque la objetividad no existe –nadie puede escapar a su subjetividad–, sino de honradez.
Según he visto la foto y he leído el pie, no he podido evitar una reflexión, cínica a fuerza de experta: «Vaya, se ve que el grupo Prisa no participa en la organización de las fiestas de Tordesillas». Porque, de haberse interferido intereses empresariales en el espectáculo, no habríamos visto ni la foto ni el pie.
Leed, si os apetece y tenéis ocasión, el resto del ejemplar de hoy del mencionado periódico. Veréis, por ejemplo, una presunta información sobre los líos que tiene Audiovisual Sport con Mediapro por la cosa de las retransmisiones futbolísticas. Es un perfecto modelo de furibundo sectarismo empresarial. Eso no es una noticia: es un comunicado. Tanto, que ningún periodista se ha avenido a firmarlo. Veréis también cómo están estructuradas las noticias sobre programación televisiva: lo que produce su grupo empresarial es lo más importante y lo mejor, por definición.
Ése es el problema: que los grandes periódicos de hoy en día son mera prolongación de los departamentos de marketing, publicidad e imagen de los consorcios empresariales de los que forman parte. Y, como quiera que esos consorcios tienen intereses en los más diversos campos de la actividad económica (y, por vía de consecuencia, también de la política, de la social y de la cultural), casi todo lo que cuentan está mediatizado. Sencillamente: no es de fiar.
Hoy he tomado como referencia El País, pero podría haber escrito lo mismo con ejemplos sacados de las páginas de El Mundo, de La Vanguardia, de El Correo o de La Voz de Galicia, si de ampliar el muestrario se tratara.
La fotografía y el pie sobre el sangriento festejo popular de Tordesillas me han producido un ligero y fugaz ataque de melancolía. ¡Ah, si el periodismo resucitara!
Pero soy realista. Los muertos no resucitan. De ser posible la resurrección de los muertos, Lázaro seguiría vivo.
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P.D.– El título de este Apunte, Lázaro calla, trata de ser un homenaje al relato homónimo, casi desconocido, que escribió Rafael Gabriel Múgica Celaya el mismo año y casi en el mismo sitio en el que nací yo. Gabriel Celaya vivía entonces a dos manzanas de la casa de mis padres, en San Sebastián, y allí lo conocí, pasado el tiempo. Lázaro calla fue publicado al año siguiente (1949), pero de manera casi clandestina. Es de reseñar que esa pequeña obra de Celaya no figura en muchas de las bibliografías que tratan de enumerar su producción literaria.