Reclama el presidente del Gobierno que se tenga en cuenta que a ETA no le resulta fácil superar las querencias que ha interiorizado a lo largo de 40 años de terrorismo. Tiene razón: la cabra tira al monte. De hecho, a él le pasa algo parecido: está educado en la escuela de un partido que lleva 30 años suscribiendo compromisos que no respeta y formulando promesas que olvida a la primera de cambio. En 1975 defendía el derecho de autodeterminación del pueblo vasco. En 1977 sostenía que Navarra es parte de Euskadi. En cuanto a la solución dialogada del conflicto, hemos tenido de todo: épocas en las que decía que nunca y épocas en las que decía que siempre. Son sólo tres muestras de los muchos bandazos ideológicos y políticos que ha dado el PSOE en los últimos decenios. Aunque tampoco hace falta remontarse tan lejos para encontrar promesas incumplidas, como saben muy bien los catalanes, a los que Zapatero prometió respetar lo que acordara su Parlamento de cara al nuevo Estatut, y ya se ha visto lo que ha hecho con su promesa.
También él y los suyos tienen que aprender a romper con sus malas costumbres y asegurar una cierta correspondencia entre lo que dicen y lo que hacen.
De todos modos, hay que reconocer que las trampas y los engaños de Zapatero, aunque sean éticamente impresentables, a veces resultan funcionalmente positivos. Proporciona una cierta tranquilidad, en efecto, saber que, cuando el presidente del Gobierno español afirma que el proceso de paz es incompatible con la existencia de cualquier forma de violencia, incluida la kale borroka, ni él mismo se lo toma demasiado en serio.
El reverso de la medalla lo constituye la evidencia de que tampoco cabe tomar por fiables sus promesas constructivas. Digamos que su falta de palabra se expresa de los dos modos posibles: no cumple ni cuando promete ni cuando amenaza.
Tratándose del adversario, siempre me han gustado más los oportunistas que los estrictos. En mi bando no quiero verlos ni en pintura, pero en el de enfrente me parecen muy útiles. Basta con demostrarles que pueden sacar una buena tajada política de tal o cual barbaridad para que se apunten a ella echando mixtos.
Lo malo –lo peor– es tener que aguantarles el baile interminable. Pero todo sea por la causa.