Cuando lo oí me quedé de piedra. Sabía que toda la acusación contra Rabei Osman el Sayed, al que llaman Mohamed el Egipcio, se basa en unas grabaciones magnetofónicas. Lo que no sabía es que el juez de la Audiencia Nacional que instruyó el sumario por los atentados del 11-M en Madrid nunca ordenó que el procesado fuera sometido a una prueba de reconocimiento de voz. De modo que su defensa puede aferrarse –y se aferra– a lo que el propio acusado declaró ayer ante el tribunal: «Esa voz no es la mía». Parece que el instructor consideró que la prueba era innecesaria, puesto que El Sayed había sido condenado por la justicia italiana en razón de esas grabaciones. Pero no tuvo en cuenta que la legislación italiana y la española difieren en cuanto al uso procesal que puede hacerse de las conversaciones privadas captadas por ese sistema.
Empiezo a temblar. Me vienen a la memoria varios macroprocesos juzgados por la Audiencia Nacional que acabaron en fiasco cuando llegaron ante el Tribunal Supremo. Se diría que la Audiencia Nacional tiende espontáneamente a la chapuza. No juzgo a ojo: he leído que el Supremo corrige hasta el 38% de las sentencias emitidas por esa instancia judicial, frente a sólo el 3% de las procedentes de todas las demás. ¡El 38%! Es una barbaridad.
Pero es que no hay más que ver cómo funciona. Ayer pudimos contemplar el estilo arrogante del presidente del tribunal del juicio del 11-M, Javier Gómez Bermúdez, al que no se le ve nada afectado por el tortuoso camino que hubo de seguir para llegar al cargo, siempre como favorito de los miembros del CGPJ más identificados con el PP. No permitió que El Sayed explicara las razones por las que se negaba a responder a las preguntas de la fiscalía y de las acusaciones, alegando que no hacía al caso, porque estaba en su derecho, aunque él sabía que esa negativa iba a ser utilizada por determinados medios de prensa para predisponer a la opinión pública en contra del acusado, como así fue (no se había apagado el eco de sus palabras y ya había una cadena de radio que hablaba de «la cobardía de los terroristas»). La manera con la que trató a los traductores fue también de una altivez tan innecesaria como desagradable.
Pero lo cierto es que esas maneras no tienen nada de extrañas en la Audiencia Nacional. Recuerdan a la jueza Ángela Murillo, que preside la vista oral por el caso 18/98, quien llegó a decir, cuando un abogado citó una sentencia emitida por el Tribunal de Estrasburgo: «A mí Estrasburgo me da igual». ¡Ele! Los desplantes de Murillo, que ha llegado a tener incidentes hasta con algún otro miembro del propio tribunal que preside, han alcanzado justa fama entre los asistentes a ese macrojuicio.
También son proverbiales las salidas de tono de otro de sus colegas, Alfonso Guevara, quien, cuando en un juicio los defensores del acusado alegaron que el caso estaba contaminado por un vicio de forma inicial, respondió, encantado de ser tan ocurrente: «Aquí nadie se contamina si no es por el aire». Lástima (para él) que el Tribunal Supremo no simpatizara con su gracejo y, pasados los meses, diera la razón a los defensores, revocando la sentencia y poniendo en libertad al acusado, que llevaba ya cuatro años en prisión gracias a la habilidad combinada de otra jueza, Teresa Palacios, que había sido la impulsora del disparate.
Tampoco conviene olvidar los tumbos doctrinales de otra de las piezas clave de la Audiencia, Baltasar Garzón, quien ha pasado de considerar que todo aquel que coincida ideológica o políticamente con los objetivos de ETA puede ser considerado como parte de la organización terrorista a afirmar, sin cortarse un pelo, que la izquierda abertzale no tiene nada que ver con ETA.
Y luego está el inefable –ya que no infalible– Grande-Marlaska, con "k" de kiosco. Y luego...
A lo largo de mi deambular profesional, me ha tocado relacionarme con no pocos de los habitantes de esa casa, situada en la calle de Génova, en Madrid, casi enfrente de la sede central del PP. El anecdotario que acumulo en la memoria es amplio. Precisamente porque me conozco el paño, no me fío ni un pelo. Tampoco de lo que puedan llegar a hacer con el juicio del 11-M.