Estamos asistiendo desde hace unos cuantos días a bastantes pronunciamientos personales y colectivos sobre la conveniencia de asistir o no asistir a las manifestaciones públicas convocadas para hoy tras el atentado de ETA en Barajas en función de que tales o cuales otros vayan a acudir o no quieran hacerlo.
Ha habido declaraciones desconcertantes, como la del secretario general de Comisiones Obreras, José María Fidalgo, que dijo que no sabía si iría o no a la manifestación de Madrid, pese a que su sindicato es uno de los convocantes. Al parecer, consideraba imprescindible la presencia del PP, no sé por qué (aunque lo supongo).
A cambio, he oído expresar otras dudas –o certezas en contra– que me parecen razonables.
Por ejemplo: veo que hay quienes no quisieran encontrarse marchando codo con codo en la manifestación con gente cuyas posiciones políticas –no en general, sino en relación al propio asunto al que se refiere la protesta– les resultan detestables. Es un sentimiento que comprendo, porque lo he compartido muchas veces y en muy variadas situaciones. En ese terreno, es difícil saber dónde hay que fijar la frontera de los escrúpulos. Supongo que no existe ninguna regla fija y que cada cual tiene que apañarse, viendo hasta dónde le dan de sí la ética y el estómago.
He oído también a algún ministro que ha dicho que él no irá a la manifestación, pero en su caso no porque esté en contra, sino porque no quisiera que nadie creyera que acude para convertirla en un acto de apoyo al Gobierno. Tiene sentido. (Aparte de eso, yo siempre he visto con malos ojos las manifestaciones con ministros, pero no voy a entrar hoy en ese aspecto de la cuestión, que nos llevaría por otros derroteros.)
Hay asimismo gente que considera que la manifestación de Euskadi es oportuna, pero la de Madrid no.
La explicación es un tanto alambicada, pero puede resultar de interés exponerla, porque me da que bastantes no han considerado esos argumentos.
Según quienes ven las cosas de ese modo, si de lo que se trata es de exigir a ETA que pare de una vez, es la población vasca (Euskal Herria) la única que puede ejercer una presión real sobre quienes mantienen activa la lucha armada. No es que a ETA le dé igual que en Madrid, Sevilla o Cádiz se produzcan muchas manifestaciones, y muy numerosas; es que le reconforta. Porque ETA se alimenta de la esperanza de que su presencia se convierta en algo literalmente intolerable para España, es decir, en un mal que la sociedad española acepte que hay que hacer lo que sea para quitárselo de encima. En esa línea, cuanto más exasperadas sean las muestras de ira y rabia fuera de Euskadi, cuanta más gente pierda los nervios y se meta en la espiral de la insensatez del españolismo belicoso, tantos más argumentos darán a ETA (o a la parte de ETA que todavía cree que puede poner de rodillas al Estado español).
Yo también participo del criterio de que es el pueblo vasco quien tiene que asumir el papel protagonista en este maldito embrollo, y que las manifestaciones que se convocan por debajo del Ebro no ayudan a casi nada, si es que no perjudican. Pero también entiendo que el personal de todas partes tenga ganas de gritar lo que siente, y está en su derecho de hacerlo. Mientras no se enfade también con la compañía.