Bush va a desplegar a 6.000 soldados de la Guardia Nacional en la frontera de los EUA con México (*) en funciones de vigilancia. Dicen que cada año tratan de atravesar ilegalmente esa frontera del orden de millón y medio de personas y que un tercio de ellas, más o menos, lo logra. Los gobernantes de Washington consideran que eso es inaceptable y que hay que frenarlo como sea.
El Gobierno español va a alquilar un satélite artificial para vigilar el ir y venir de barcos entre las costas del continente africano y las Islas Canarias (**). La llegada a las islas de más de un millar de aspirantes a inmigrantes durante el pasado fin de semana ha disparado las alarmas oficiales. O tal vez habría que decir que ha disparado las alarmas de los medios de comunicación, convenientemente jaleados por el PP, lo cual ha accionado los resortes del Gobierno. La idea que hay ahora es vigilar desde el cielo el tránsito de barcos, detectar los que transporten inmigrantes y controlarlos con patrulleras antes de que lleguen a la costa.
No sé qué grado de eficacia tendrán al final todas esas medidas, allá y aquí. Vigilar por tierra la enorme frontera que existe entre México y los EUA puede exigir un despliegue de soldados y policías mucho mayor que el previsto. Entran ganas de hacer el chiste y decir que lo mismo acaban contratando a decenas de miles de inmigrantes mexicanos para realizar esa ingrata tarea.
Tampoco parece sencillo taponar la comunicación entre África y Europa. Quizá logren frenar la vía canaria, como antes cerraron las puertas con Ceuta y Melilla, pero hay muchas otras posibilidades, que estoy seguro de que los negreros ya están explorando, si es que no utilizando. Esto viene a ser como una tubería de agua en mal estado: sueldas un escape y, al cabo de nada, la presión del agua provoca otro algo más allá. Y luego otro. Y otro.
La clave está en la presión.
Miradas las cosas con serenidad y buen sentido, está bastante claro lo que hay que hacer para bajar esa presión. No es ningún secreto; todo el mundo lo sabe. Es necesario propiciar el desarrollo económico y social de los países de origen de los inmigrantes, de modo que sus ciudadanos no se vean impelidos a huir de ellos. Pero eso plantea dos condiciones imperiosas. Una, que el Primer Mundo transfiera los fondos requeridos para ese esfuerzo. La otra, que propicie la instalación de regímenes políticos locales cuyos dirigentes no se dediquen a transferir esos fondos a cuentas secretas en Suiza. Y eso podrá ser todo lo razonable que sea, visto en abstracto, pero choca con la lógica concreta de los estados capitalistas, que se resisten como fieras a aflojar la bolsa –un poco de limosna está bien, para que no se diga, pero nada más– y que tampoco quieren renunciar a los muchos y muy lucrativos negocios que tienen montados con los corruptos gobernantes actuales del África.
Algunas voces sensatas advierten a los grandes de Occidente que, por resistirse a renunciar calculadamente a lo menor, pueden acabar poniendo en peligro lo mayor. Y tienen razón. Pero es muy difícil, si es que no imposible, que el sistema capitalista aprenda a hacer cálculos a medio y largo plazo, privándose de los beneficios que tiene al alcance de la mano. Es como en el cuento de la víbora y la rana: está en su naturaleza.
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(*) Podría decirse «unos efectivos de 6.000 soldados», y sería correcto, pero no «6.000 efectivos», como están diciendo y escribiendo la práctica totalidad de los medios españoles de deformación de masas. Según el DRAE –que en esto, y sin que sirva de precedente, coincide con el buen juicio–, el término «efectivos», empleado en este sentido, sirve para designar a «la totalidad de las fuerzas militares o similares que se hallan bajo un solo mando o reciben una misión conjunta». A la totalidad; no a cada uno de sus miembros. Un soldado no es un efectivo.
(**) Y ya que estoy con cosas idiomáticas: el término «cayuco», ahora tan en boga, es tan erróneo como el de «patera», que hasta hace nada tenía el monopolio. Los cayucos, como las pateras, son embarcaciones muy pequeñas, de fondo plano y sin quilla. Nada que ver con las utilizadas para el transporte de inmigrantes por mar abierto.