Ayer viajé por primera vez
saliendo de la terminal 4 del aeropuerto de Madrid-Barajas.
Fue un desastre. Pero no por nada que tenga que ver con la ya famosa T-4.
Todo empezó en el taxi que me condujo al aeropuerto. Desde que me senté, el taxista mostró un desbordante deseo de comunicarme sus muy radicales criterios sobre la crisis de las caricaturas. El hombre estaba decidido tanto a pormenorizar sus peculiares ideas al respecto como a no bajar el volumen de su receptor de radio, del que salía a borbotones la inconfundible voz de Federico Jiménez Losantos. La técnica que usaba el taxista para hacerse oír en medio de los bramidos del señor de la Cope era tosca, pero eficaz: él chillaba todavía más.
Fue, pues, con recio timbre de arenga cuartelera con el que el esforzado trabajador del asfalto me hizo saber que «todo» lo que cupiera hacer para chinchar a «los moros» –concepto en el que él incluía a todos los árabes, sin excepción– siempre sería poco, porque «los moros» («¿Todos?», le pregunte. «¡Todos!», me respondió) son «traicioneros, falsos, mala gente de verdad» y, además, «nos odian».
–Así que es usted un poquitín racista, ¿eh? –le dije, en plan vacilón.
–¿¿¿Yo racista??? –bramó, elevando aún más el tono de voz, lo que tuvo un efecto inmediato sobre las venas de su cuello–. ¡¡¡Pero si yo no tengo nada en contra de los negros!!!
Comprobado el nivel que podía alcanzar el debate, le solicité con suavidad no exenta de firmeza que dejara de darme voces o que, todavía mejor, cerrara la boca del todo. (Decidí que era mejor no recordarle aquello de que más vale callar y que te tomen por tonto que hablar y demostrarlo.)
En éstas que llegamos de una puñetera vez a la T-4, cinco euros y cuatro minutos más caro y más tarde de lo que me resultaba hasta ayer llegar al punto de partida de mis viajes aéreos a Bilbao. Fue entonces cuando, cual San Pablo, vi la luz, y comprendí que el verdadero motivo por el que Esperanza Aguirre ha retrasado la construcción de una línea de metro que llegue hasta la nueva T-4 es porque con ello favorece al gremio madrileño del taxi, bastión inexpugnable del PP (tendencia Acebes).
De todos modos, mis problemas no habían hecho más que empezar.
Según entré, vi en una pantalla de avisos que el vuelo que proyectaba tomar no tenía asignada puerta de embarque. Acudí a un puesto de información. Allí me comunicaron que eso se debía a que mi vuelo (el de las 12:05) había sido «agrupado» con otro («anterior o posterior», me precisaron, como si hubiera alguna otra posibilidad). En vista de lo cual, me puse en una cola de facturación de Iberia. Cuando me llegó el turno, fui informado de que era otro vuelo de Iberia con destino a Bilbao (el de las 10:35) el que había sido «agrupado» con el mío (con lo cual ya mi reserva de asiento no valía para nada). Con aire cómplice, la buena moza de facturación me hizo saber que entraba dentro de lo muy posible que esa «agrupación», que Iberia acostumbra a realizar cuando considera que la cantidad de pasajeros del vuelo de las 10:35 no le compensa el gasto, provocara un cierto overbooking, por lo que haría bien en ponerme en la cola cuanto antes. «¿Quiere decir que será al que más corra?», le pregunté. «Algo así», me contestó con una sonrisa de oreja a oreja.
Antes, cuando tenía menos experiencia en estas vicisitudes, habría pensado que ya estaba bien y que había llegado el momento de presentar una reclamación formal. Ahora ya sé que tanto esas «agrupaciones tácticas» de vuelos como el overbooking son legales y que para lo único que sirven las quejas por escrito de los pasajeros damnificados es para que Iberia incremente sus existencias de papel de WC.
Me puse en la cola. Eran las 10:45. Eso, unido al hecho de que también el vuelo de las 12:05 salió con retraso, me aportó la experiencia iniciática de hacer mi primera cola de hora y media en la T-4.
Finalmente volé a Bilbao. Excuso decir que para entonces mis planes de hacer algunas compras antes de comer habían naufragado. De hecho, a punto estuvieron de fracasar también mis planes de comer, porque hasta las 14:15 no llegué al centro de Bilbao y había quedado en que me recogieran a las 15:00 para llevarme a la televisión. Bendita Iberia: de haber salido a las 10:00 en coche con dirección a Bilbao, para las 13:30 habría estado allí.
En el Pásalo –el programa de ETB en el que participo– me fue como siempre, más o menos. Menos, en realidad, porque el programa fue cortísimo y en cosa de nada ya estaba de nuevo en el aeropuerto de Loiu. Justo a tiempo de enterarme de que mi avión de regreso a Madrid tenía previsto un retraso de hora y media.
El retraso fue bastante menor. Y
es que Iberia, con tal de no ajustarse a nada de lo que anuncia, es capaz de
cualquier cosa. ¿Cómo pudieron anunciar que iba a llegar con hora y media de
retraso un avión que aterrizó al cuarto de hora? ¿Preveían un secuestro de corta duración?
Con todo lo cual, ayer extraje una conclusión: que, por ahora, lo menos malo de la T-4 es la T-4. Y lo peor, lo de siempre.
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Nota.– Ya son varios los lectores que me han escrito pidiéndome que aumente el cuerpo de letra de estos Apuntes. Les parece muy pequeño. A ellos, y a quienes crean tener el mismo problema, les hago saber que en Internet no es el autor, sino el lector, el que decide el cuerpo de letra de los textos. La cosa es ir al menú "Ver" que figura en la barra superior del navegador, pinchar en él y elegir un cuerpo de letra más grande. ¡Y problema resuelto!