La precampaña de las elecciones presidenciales francesas –se toman la cosa con adelanto: se celebrarán el próximo año– está viéndose dominada por un fenómeno que en realidad no es nuevo, pero que nunca había adquirido tanta importancia. Creo que ha sido el diario Libération el que lo ha bautizado con el nombre, un tanto extravagante, de peopolisation, palabro inscrito en la línea de lo que los franceses llaman «el franglés». Se refieren al recurso constante que las dos personalidades que tienen más posibilidades de acabar enfrentándose en la campaña presidencial (la dirigente socialista Ségoléne Royal y el líder derechista Nicolas Sarkozy) al apoyo de estrellas de la música y el cine.
La particularidad del modo en el que los dos precandidatos están echando mano de este recurso es que, a diferencia de ocasiones anteriores, en las que los artistas e intelectuales partidarios de tal o cual opción política hacían saber su opción personal, y eso era todo, en esta ocasión están apareciendo en primer plano y casi en plano de igualdad con el dirigente cuya promoción sostienen: ellos revelan su admiración por el político... y el político revela su admiración por ellos. El hecho que más ha llamado la atención sobre este fenómeno en los últimos días ha sido la aparición conjunta en actos públicos del veterano rockero Johnny Hallyday –y también, en varias ocasiones, del actor Jean Reno– junto a Nicolas Sarkozy. Esos actos han dado infinitamente más juego en los medios de comunicación de masas que el contenido de los discursos –paradójicamente bastante elaborados– del ministro del Interior y precandidato.
Se trata, sin duda, de una muestra acabada del proceso de degeneración que está experimentando la política de altos vuelos en toda Europa; no sólo en Francia: las imágenes reemplazan a los programas, los números efectistas ocupan el lugar de los razonamientos, es mucho más importante cautivar que convencer. Ségoléne Royal –a la que tampoco le faltan los artistas– es, ella misma, un ejemplo perfecto del mal que avanza: exultante, atractiva, siempre sonriente, resulta mucho más fácil fotografiarla en la playa en bañador que sacarle una declaración precisa sobre cualquier asunto conflictivo. Es posible que acierte al actuar así, porque, según leo en un atinado artículo de Alain Duhamel en Libération, las revistas del corazón que publicaron las fotos playeras y las actividades de relajo de la dirigente socialista se han vendido este verano como churros, en tanto las publicaciones serias en las que se analizaban las propuestas políticas de la principal baza electoral del PSF apenas han atraído la atención pública.
La cuestión no es tanto los votos que puedan aportar a tal o cual candidatura política las vedettes, sino lo que contribuyen a hacer más atractiva su imagen, dándole de paso un cierto aval de solvencia: «No estará tan mal como otros dicen, si Fulanito o Menganita, que son estupendos, le apoyan». Todo está montado para que quede en un segundo plano, si es que no del todo anulada, la reflexión personal y pausada de quien vota, movido al final más por emociones superficiales que por opciones de fondo. Lo cual viene bastante facilitado, de hecho, porque los propios candidatos cada vez se parecen más entre sí a la hora de gobernar.
Nota de edición: Javier publicó una columna que trataba el mismo asunto en El Mundo: Llega la 'peopolisación'.