La apabullante victoria de Alberto Ruiz Gallardón en las elecciones municipales de Madrid ha tenido ya, escasas horas después de su verificación, un primer efecto importante. Ayer, en el curso de un acto organizado por el diario Abc y delante del propio Rajoy y la mismísima Esperanza Aguirre, se ofreció como acompañante del presidente de su partido en la campaña de las elecciones generales del año próximo. Quiere figurar en la lista de candidatos al Congreso de los Diputados. Esa aspiración a saltar a la arena política general ha sido interpretada –no hace falta mucha imaginación para ello– como parte de su plan para postularse como sucesor del sucesor, es decir, como presidente del PP, puesto al que también aspira –otro secreto a voces– Esperanza Aguirre.
Gallardón ha elegido un buen momento y una buena iniciativa para ello. Aprovecha que su candidatura obtuvo en Madrid-capital más votos que la de Esperanza Aguirre, lo que puede interpretarse fácilmente como una preferencia de los electores hacia su modo de hacer política, más pausado, menos agresivo e ideológicamente menos derechista que el de Aguirre. Se aprovecha también de que él podría compatibilizar su cargo de alcalde de Madrid con su presencia en el Congreso de los Diputados, en tanto que Aguirre, si quisiera presentarse como candidata a diputada, tendría que abandonar la Presidencia de la comunidad autónoma. Le ha ganado por la mano, en esta ocasión.
Gallardón sabe muy bien que él tiene mucha peor sintonía que Aguirre con el núcleo duro del aparato del partido, es decir, con Acebes y Zaplana. En la sede central de la calle Génova, en Madrid, no lo ven con buenos ojos. Pero también sabe que, a la hora de preparar la batalla de las elecciones legislativas de 2008, Rajoy lo que necesita son votos del electorado, en general, no entusiasmos partidistas, y que él le puede proporcionar más votos. Recuérdese que hay varios sondeos que indican que la población de Madrid se considera mayoritariamente «progresista».
Una Esperanza Aguirre muy poco sonriente comentó ayer, tras oír a Gallardón, que su propuesta era «Déjà vu» (podría haber dicho «Más de lo mismo» y habría sido más precisa) y recordó que su candidatura a la Presidencia de la comunidad autónoma obtuvo el pasado domingo más votos que los que logró Gallardón cuando aspiró al mismo cargo. O sea, que la pelea va a dar que hablar.
Más allá del choque de dos ambiciones personales como sendas copas de pino, lo que se juega en el enfrentamiento entre ambos es la oposición entre dos modelos para el PP. Y tocará a Rajoy decidir entre ellos. Por sus querencias personales, aunque las circunstancias lo han hecho cambiar bastante desde que fue nombrado presidente de su partido, a él deberían encajarle mejor los postulados de Gallardón. No obstante, tiene razones para temer su ascenso. Pero también ha de contar con el viejo principio de los analistas políticos españoles, que coinciden siempre en que en España «las elecciones se ganan desde el centro». Acaba de percibir los efectos del estilo Acebes-Zaplana: permite alcanzar un alto nivel de votos, pero le somete a una situación de aislamiento político que le dificulta enormemente traducir ese peso electoral en acuerdos para gobernar.
Por el lado contrario, sabe que, si se decanta por el estilo centrista y contemporizador de Gallardón, el aparato del partido va a someterlo a un asedio de mil pares, que puede desgastarlo de manera decisiva. En resumen: lo tiene difícil.