Durante la mayor parte del siglo XX, el marxismo fue la ideología de referencia de los movimientos revolucionarios, anticapitalistas y antiimperialistas a escala mundial. Esta afirmación es muy matizable, porque (a) hubo otras ideologías que cumplieron ese mismo papel en determinados países y en ciertos momentos; (b) el marxismo se presentó siempre dividido en corrientes no sólo distintas, sino a menudo opuestas, que ofrecían interpretaciones contradictorias de la doctrina de la que se reclamaban; y (c) buena parte de quienes se agrupaban bajo la bandera del marxismo tenían muy poco conocimiento real de esa doctrina, lo que obliga a relativizar el peso de su adscripción ideológico-teórica.
Pero, con todo y con eso, los diferentes movimientos marxistas presentaban no pocos rasgos comunes, utilizaban la misma simbología, apelaban a un ideal de idéntico enunciado (el socialismo) y tendían a organizarse y a actuar de manera bastante homogénea, lo que permitía tomarlos como manifestaciones diversas de un mismo fenómeno de rebelión internacional.
Con todo, pese a su carácter extremadamente crítico con los sistemas de organización social propiciados por Occidente y a su intento constante de subvertirlos, el marxismo fue siempre –y sigue siéndolo, en la medida en que pervive, declarada o implícitamente– un producto de la cultura judeo-cristiana (europea, occidental: llámesele como se quiera). Por eso, incluso sus enemigos capitalistas e imperialistas más jurados, con sede en Nueva York, Londres, Berlín, París o Ámsterdam, por más que lo odiaran y estuvieran dispuestos a combatirlo a sangre y fuego, podían entender de qué hablaba y cómo lo hacía.
El siglo XXI nos ha traído un nuevo centro de gravedad ideológico y práctico de la lucha internacional contra el orden establecido. Los grandes medios de comunicación lo llaman «fundamentalismo islámico», «fanatismo yihadista», «terrorismo internacional»… Son términos discutibles y discutidos; el fenómeno, en cambio, está bien claro.
Su presencia no es universal (hay amplias áreas del mundo que le son ajenas), pero ha echado raíces en puntos neurálgicos del planeta, entre los que se encuentran las propias metrópolis, lo que lo convierte en doblemente temible para quienes mandan en ellas.
Para quienes examinamos la realidad internacional –y la vida, en general– desde la perspectiva y las tradiciones del pensamiento de la izquierda occidental, la concepción del mundo y los métodos de lucha de quienes participan en este fenómeno creciente de rebelión religiosa, política y cultural, o lo respaldan, nos resultan ajenos, inaceptables, bárbaros (recordemos que el término latino barbarus significa «extranjero»), incluso aunque simpaticemos con su oposición al imperialismo y entendamos su total desconfianza hacia las aportaciones de la cultura occidental. Su cerrada intransigencia, su fe ciega en el más allá, su desprecio de la vida humana, propia y ajena, su hostilidad hacia las proclamas igualitaristas de raíz europea (su feroz machismo, muy en particular)… Todo eso, y más, nos impide considerar que la revuelta que llevan adelante, con manifestaciones tan chirriantes y sangrientas como las que hemos visto estos últimos días en el Magreb, sea parte de la empresa colectiva de mejora del mundo en la que nosotros nos sentimos comprometidos, más o menos vagamente, más o menos firmemente.
Eppur… La revuelta que Occidente identifica de manera simplista con Al Qaeda sigue su curso y crece, con independencia de que no nos guste y la deseáramos diferente, y se está constituyendo de manera cada vez más clara en el enemigo número uno del orden internacional vigente. Poco importa que nos desagraden las trincheras que se están cavando. Da igual que prefiriéramos que quienes luchan en Irak, en Afganistán, en Palestina, en Pakistán, en Indonesia, en Egipto, en el Magreb… y en Londres, y en París, y en Madrid, tuvieran en el corazón la Declaración Universal de Derechos Humanos o defendieran la revolución proletaria. La realidad es la que es. Y nos obliga a plantearnos si nos va a ser posible –y durante cuánto tiempo nos va a ser posible– seguir mirando esa guerra desde fuera, desde la barrera, criticando a ambos bandos, a cada uno por sus razones propias, y conservándonos puros e intactos.