Dice un refrán que cuenta con muchos adeptos que «la mala hierba nunca muere». Es falso. Aunque mi experiencia como persona de campo es tirando a limitada, me consta que cabe matar la mala hierba.
A nosotros nos salen con cierta facilidad hierbajos en el terreno exterior de la casa que tenemos en Aigües. Cuando aparecen en una zona que no sabemos si querremos utilizar algún día para plantar algo, echamos herbicida, que tiene efectos buenos, pero limitados en el tiempo. Cuando se trata de un sitio en el que nos consta que jamás estaremos interesados en plantar nada, vamos echando el sobrante del cocinado de pescados a la sal. La sal quema la tierra, como saben quienes han estudiado la historia de los odios entre Roma y Cartago: los romanos, para llevar hasta el extremo su obra de destrucción de Cartago, sembraron sus campos con sal. Tengo entendido que hay otro medio de conseguir lo mismo, consistente en rociar con gasóleo la zona que se desea librar de hierba. Al parecer, el aceite que queda tras la evaporación de la gasolina actúa como un herbicida definitivo.
Ariel Sharon parece dispuesto a aportarnos en breve plazo otra prueba de que, diga lo que diga el refrán, la mala hierba sí muere. No es joven, desde luego, pero tampoco tan anciano. Y está ya, como el sheriff de Pat Garret & Billy The Kid, llamando a las puertas del paraíso.
Menudo chasco se llevará.
Se considera de mal gusto desear la muerte de otros. Poco caritativo. En otra línea de pensamiento, de desarrollo distinto pero de resultado similar, la gente de educación marxista suele recordar que no vale de nada pretender la muerte de un enemigo, porque de inmediato es sustituido por otro similar. Sin gana alguna de meterme en ninguna discusión ideológica profunda, constato que —sea por la razón que sea, pero sin lugar a dudas— a mí hay algunas muertes que me alegran. Ateniéndome al latiguillo un tanto cursi que se emplea en ciertos desarrollos teóricos, podría decir que la muerte de tipos como Sharon me parece «necesaria, pero no suficiente».
Ya sé que queda un poco bruto. Pero, para bruto, él.