Un lector muy enfadado conmigo – supongo que ya os figuraréis que no me faltan los lectores enfadados, escribiendo lo que escribo y publicándolo en El Mundo– me manda un correo electrónico en el que me reprocha no haberme pronunciado sobre el último comunicado de ETA. Da por hecho que no tengo tiempo de referirme a asuntos como ése, obsesionado como estoy por lograr el objetivo central de mi existencia, que es –cree él– la desaparición del PP.
No acostumbro a responder a ese tipo de mensajes. Para empezar porque suelen ser anónimos (los blogs permiten enviar correos electrónicos sin remite), en segundo lugar porque no tengo tiempo de atender la abundante mensajería que recibo a diario y, en fin, porque no veo que tenga ningún sentido polemizar con quien me pone a caldo por puro desahogo, sin aportar argumentos dignos de mención.
Según leí el correo al que me he referido, pensé: «Qué tontería. ¿De dónde se habrá sacado éste que deseo la destrucción del PP? Si hay una corriente social a la que ese partido representa, su presencia en la vida política no sólo está justificada; es necesaria». Hay gente que, quizá porque ella funciona así, se cree que los demás deseamos el exterminio de todo lo que nos disgusta. Y claro que no: qué mundo más aburrido resultaría de ello.
Estaba esta mañana dando de comer a los gatos –aquí, en mi retiro mediterráneo, tengo un buen puñado de gatos sin hogar que me rondan cuando vengo, a ver qué les pongo– y rumiando mis cosas, disfrutando de paso del fresco matinal del que amenaza con ser uno de los días más calurosos del año (*), cuando me he dado cuenta de que la respuesta que he consignado más arriba en relación a la existencia del PP tiene más trastienda de lo que parece.
Vamos a ver: ¿es el PP expresión de «una corriente social», como he escrito, o de varias? Quiero decir: la opción cerradamente derechista, filofascista, nacional-católica, intolerante y ultracentralista que viene haciendo suya de manera homogénea en lo que va de siglo la derecha española –hablo de la derecha confesa, no de la derecha vergonzante que ha encontrado cobijo en el PSOE, ni de la derecha que se expresa a través de algunos nacionalismos periféricos–, ¿representa adecuadamente el sentir del conjunto de la derecha española? ¿No hay más derecha española que ésa? La derecha a la que echa para atrás el derechismo a la Acebes, por así decirlo, ¿es meramente marginal, anecdótica?
Durante la última parte de sus tiempos de oposición a Felipe González y durante su primer tramo como partido gobernante, el PP se presentó como un partido de eso que llaman «centro», es decir: relativamente moderado tanto en el plano socio-económico como en materia «de fe y de costumbres» y dispuesto además a tener buenas relaciones con los partidos de orden de Cataluña y Euskadi. Esa línea –en lo esencial forzada por las exigencias de la matemática parlamentaria, ya lo sé– fue acogida con disgusto por una parte de la derecha, que veía esos postulados como concesiones a la blandenguería, pero con obvia satisfacción por otra, a la que se le notó que el distanciamiento de la herencia franquista la aliviaba no poco. ¿Ha desaparecido esa derecha civilizada o está en mero letargo, como las notas del arpa y el Lázaro de Bécquer, a la espera de la mano de nieve que sepa arrancarlas y de la voz que le diga «Levántate y anda»?
Un conocido mío, buen conocedor de la derecha española, me lo viene diciendo desde hace ya algunos años: «El PP no es un partido homogéneo. Hay sectores importantes entre sus votantes que se avergüenzan de la deriva ultra que han forzado el fanático Acebes y el oportunista Zaplana, y a la que Rajoy, que es un político sin carácter, se ha plegado. Si sigue así, bajo la tutela de un Aznar que ha vuelto a las viejas esencias, el PP está abocado a la escisión.» No digo yo que no, pero planteo dos objeciones. La primera: para que se produzca una escisión, tiene que haber líderes que la encabecen, y yo no veo a esos líderes centristas por ningún lado. La segunda: si el PP se escinde, sus posibilidades de victoria electoral se reducen drásticamente. Por muy centristas que sean los centristas del PP, no creo que haya demasiados que estén dispuestos a morir con todos los filisteos. O a matar a la gallina de los huevos de oro, que queda menos bíblico pero encaja mejor con las ambiciones que suelen primar en estos casos.
Me parece significativo que Manuel Pimentel haya optado por dedicarse a la literatura y a la representación de vinos con denominación de origen. Se ve que no le ve demasiado porvenir político a eso de la derecha civilizada.
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(*) Ya avisé de que durante el verano habría días en los que el Apunte del Natural correspondiente llegaría más tarde a la Red. Aunque aún no he comenzado las vacaciones propiamente dichas, he tenido que acercarme al Mediterráneo por cuestiones de infraestructura y he aprovechado para montarme un avance de lo que vendrá en julio. O sea, que me acosté pronto y me he levantado tarde.