Al parecer, hay que estar en contra de la crispación. Hasta se ha sacado hace unos días un manifiesto sobre eso, firmado por gente muy principal. Extraje de su lectura la conclusión de que, si uno quiere estar bien visto en estos tiempos que corren, tiene que oponerse a la crispación.
Dispuesto a clarificar a qué he de oponerme (y a qué no), así que leí el manifiesto acudí presuroso al diccionario. Ojeando (que no hojeando) el DRAE, me topé con que dice: «Crispación: acción y efecto de crispar». Lo que me llevó tout naturellement a la entrada siguiente, en la que leí: «Crispar: (Del lat. crispāre). 1. tr. Causar contracción repentina y pasajera en el tejido muscular o en cualquier otro de naturaleza contráctil. U. t. c. prnl. 2. tr. coloq. Irritar, exasperar. U. t. c. prnl.»
Como lo de la cosa contráctil me parecía que no acababa de venir muy a cuento –por despolitizada, mayormente–, me quedé con lo de «irritar, exasperar» (que utilízase también como pronominal). De modo que concluí que de lo que se trata es de estar en contra de irritar y exasperar. O bien, alternativamente, de irritarse y exasperarse. O tal vez, por extensión, de que te irriten y te exasperen.
Hombre, en eso último no podría estar más de acuerdo. Me fastidia un montón que me irriten y me exasperen.
Como soy de natural recíproco, tampoco me gusta irritar y exasperar. Por desgracia, ése es un aspecto sobre el que no dispongo de un control total. Tengo comprobado que, pese a mi disposición invariable y universalmente benevolente, hay gente a la que irrito y exaspero, por mucho que eso me entristezca. Pero para mí que es una triste reacción que tiene que ver más con mis ideas que conmigo mismo, lo que me tranquiliza, porque aborrezco los enfrentamientos personales. Así, siendo sólo cosa de ideas, sin que medien furores ni enemistades –ni irritaciones, ni exasperaciones, se entiende–, todo resulta como más civilizado.
Digo yo.
Pero el hecho es que mis ideas –ya que no yo, pobre de mí– producen irritación y exasperación (o sea, crispación) en no pocos mortales, muchos de los cuales me leen sin querer en las páginas de El Mundo, donde los cojo a traición, relajados, cuando se pensaban que estaban en casa, como quien dice, a resguardo del Maligno. Y resulta que no.
A mí me pasa lo mismo con sus vedettes. Aunque no del todo. La verdad es que me protejo de sus maldades aplicando una técnica de autodefensa bastante eficaz, consistente en no leer lo que escriben y no escuchar lo que dicen. O, para ser más preciso: en no insistir en escuchar lo que dicen y leer lo que escriben. Porque los escuché y los leí en su día, y no una sino muchas veces, por imperativo laboral, pero pronto me di cuenta de que siempre decían y siempre escribían lo mismo, para demostrar lo mismo y defender lo mismo, con lo que, escuchados y leídos una vez, escuchados y leídos para siempre.
Me pasa con ellos lo que imagino que a ellos les pasa conmigo, sólo que al revés.
Lo que no entiendo es qué sentido tiene firmar un manifiesto –cosa que implica que alguien lo haya escrito previamente, cosa todavía más trabajosa– pidiendo a los de la acera de enfrente que no me irriten.
Estoy seguro de que ellos preferirían no enfadarme. Que les parecería de perlas si lo que escriben y dicen me gustara.
Pero ocurre que no. Lo cual no me molesta porque crispe, sino
porque revela que en España hay reaccionarios a barrabarra. (*)
Pero, puesto que los hay, habrá que aceptar que se manifiesten. ¿O no?
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(*) Releyendo este apunte, me he preguntado si la expresión "a barrabarra" será de conocimiento general. He regresado al DRAE y he descubierto, con disgusto, que no figura en él. He buscado en otros diccionarios, incluido el del español actual, de Manuel Seco et alii, y tampoco. Al final, la he encontrado en el Diccionario 3.000. Lo cual presenta un problema: es un diccionario euskara-castellano. Se lee en él: «Onom. Expresión empleada con idea de abundancia». ¿Será que se utiliza sólo en Euskadi? ¡Qué absurdo monopolio! ¡Restringir el uso de una expresión tan maja y tan sonora! Pongámosla en circulación por tierras de España y Portugal y que gane adeptos por doquier.