Hablaba ayer de las diferentes técnicas oblicuas que pueden utilizar determinadas agencias, privadas o públicas, para poner a su servicio a algunos periodistas.
Empezaré por decir que esas técnicas, que son muchas y muy variadas –y que no sería posible detallar aquí in extenso, por obvias razones de espacio– no sólo se emplean para comprar periodistas, sino también intelectuales, estudiosos, profesores de Universidad y toda suerte de personas que cumplen un cierto papel en la conformación de la llamada «opinión pública». Y añadiré que me refiero en este caso sólo a las técnicas oblicuas, con exclusión de las descaradas y explícitas, algunas de ellas injustamente desprestigiadas. (Quede eso para otro día.)
Trataré de ser sintético, ofreciendo a vuestra consideración un modelo más o menos estándar.
Pongamos que somos nosotros la agencia encargada del asunto y que nuestro objetivo es poner a nuestro servicio a un periodista o intelectual que ha alcanzado un nivel profesional relativamente alto, lo que desaconseja la utilización de métodos demasiado explícitos, que podrían suscitar rechazo por razones incluso estéticas.
Bien. En tales condiciones, optamos por ponernos en contacto con el personaje a través de una Fundación o de algún otro organismo de apariencia igualmente neutra para proponerle que nos escriba tal o cual artículo, o dicte tal o cual conferencia o curso, en todo caso de contenido libérrimo, para decir lo que quiera, y bastante bien (o muy bien) remunerado.
Él se muestra encantado, y lo hace.
Al poco tiempo, insistimos y le hacemos más propuestas. Como no ve por qué tendría que decir que no, dice que sí.
En cosa de unos cuantos meses, o de unos pocos años, le hemos ido pagando unas cantidades de dinero que le han permitido elevar considerablemente su nivel presupuestario («de vida», suele decirse). Conseguimos que se adapte a ese nivel, de modo que el dinero que le pagamos deje de representar un extra y se convierta para él en una necesidad (por ejemplo, para afrontar el pago de la hipoteca de la nueva residencia que ha decidido permitirse).
Ese es el momento de empezar a apretarle los tornillos. Al principio no habrá por qué pedirle grandes sacrificios. Bastará con insinuarle que a la Fundación (o la tapadera que hayamos elegido, sea la que sea) le resultaría muy grato que él mostrara públicamente su comprensión por esta o la otra causa, o que la defendiera un poquitín.
Así que lo haya hecho unas cuantas veces, podremos ir mostrando ya con más claridad nuestras cartas y darle a entender –sin groserías innecesarias, por supuesto– que o hace lo que le exigimos o podemos hundirlo en la miseria.
Si de paso hemos hecho algunas averiguaciones sobre su vida privada y le dejamos caer educadamente que estamos al tanto de su lado oscuro, mucho mejor.
La táctica es, en realidad, sencillísima. Se trata de subvencionar con paciencia y a buen precio pequeñas renuncias sin importancia hasta conseguir que la suma de un montón de pequeñas renuncias se transforme en una gran renuncia sin posible vuelta atrás.
He escrito al principio que este sistema lo utilizan determinadas agencias. La más famosa de ellas es la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos de América, más conocida por sus siglas: CIA. La utilización de este modus operandi ha sido admitida y descrita por algunos de sus más altos responsables, lo que ha permitido conocerla e incluso someterla a sesudos estudios académicos. Quiero decir con ello que la descripción que he hecho no tiene nada de fantasiosa. Hoy en día se sabe que prestigiosísimos escritores e intelectuales occidentales, algunos de ellos tenidos en su momento por el no va más de la independencia de criterio, fueron domeñados y utilizados siguiendo técnicas como la descrita, o similares.
Con otros lo intentaron, pero fracasaron.
Lo sabemos de casos que ya están cerrados, por el fallecimiento de los sometidos al procedimiento, pero no creo que represente ningún exceso imaginativo, y menos aún paranoico, suponer que esa misma técnica se siga utilizando en la actualidad. Y no sólo por parte de la CIA, sino también por muchas otras agencias, públicas y privadas, de un país o de otro.
Se trata de un sistema de compra que admite grados, según la importancia de los objetivos y de acuerdo también, lógicamente, con las posibilidades presupuestarias. Como decía el difunto Vázquez Montalbán, hay que tener en cuenta que en este campo, como en tantos otros, la oferta es mucho mayor que la demanda. O sea, que hay muchos más periodistas e intelectuales dispuestos a venderse que poderes ocultos dispuestos a comprarlos.
Huelga decir que nadie me pone al corriente de cómo está el mercado de esa compra-venta en España, pero algo de olfato sí que tengo, y llevo hecha una cuenta mental que no creo que falle en más de tres o cuatro nombres.
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Rectificación.– En el Apunte del pasado 11 hice una mención a la práctica de la lucha canaria por el ex fiscal general del Estado Eligio Hernández y me referí a su capacidad para dar golpes. Como me ha ilustrado una buena porción de lectores canarios, en la lucha canaria nadie da golpes. O sea, que la gracia no sólo estaba mal traída, sino que ni siquiera tenía gracia.