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2006/05/01 09:30:00 GMT+2

La clase obrera internacional

1º de Mayo. «Día internacional de la clase obrera». Dos puntos que reclaman reflexión en estos tiempos de ahora: la entidad actual del concepto de «clase obrera», primero, y segundo, su dimensión internacional.

De lo primero se ha hablado y escrito bastante, y a veces con rigor. Es verdad que el sistema capitalista ha experimentado en los países comparativamente más desarrollados bastantes cambios de importancia que han provocado, entre otras consecuencias, que las diversas categorías de trabajadores existentes –y de parados– no se identifiquen entre sí como solidarias.

En tiempos, algunos hacíamos bromas con el arranque de la Constitución de 1931, que definía España como una «República democrática de trabajadores de toda clase», y decíamos que, si realmente era una República «de trabajadores» –que no: había muchos gorrones–, no serían «de toda clase», sino sólo de una: la clase obrera. Éramos conscientes, por supuesto, de que nuestra broma se basaba en un equívoco: nosotros estábamos usando el término «clase» en su sentido social, en tanto los redactores de la Constitución lo habían hecho como sinónimo de «categoría» o «tipo». Pero lo curioso del asunto es que en la actualidad sí podría formularse esa afirmación en todos los sentidos, porque entre las gentes asalariadas de hoy en día existen diferencias sociales de tal calibre que se justifica sobradamente considerarlas como integrantes de clases diferentes.

Tienen diferentes intereses de clase, y se les nota mucho.

Pero si el concepto clásico de proletariado está muy en el alero a escala local, no lo está menos su consideración como clase internacional. Se suele recordar que, en el Manifiesto Comunista, Marx y Engels escribieron que la lucha de la clase obrera es «en principio nacional, por su forma, aunque no por su contenido». Pero casi nunca se añade la explicación que ellos daban a renglón seguido del sentido de su afirmación: «Es lógico que el proletariado de cada país empiece por ajustar las cuentas a su propia burguesía.» En la actualidad, el problema no es que la actividad de las principales organizaciones que son tomadas como representativas de la clase obrera dentro de nuestro Primer Mundo sea «nacional» tanto por su forma como por su contenido, sino que es directamente chauvinista: se solidariza con el capitalismo local y trata de reforzarlo en su contienda con los intereses de los capitalismos (¡y de las clases obreras!) foráneas.

¡«Ajustar las cuentas a su propia burguesía»!

Más allá de los buenos deseos y el espíritu de principios de algunos –¿cómo no recordar al pobre Jaurès (*)?–, el internacionalismo nunca ha tenido demasiado éxito entre los trabajadores, excepción hecha de algunos discursos y de un puñado de manifestaciones resultonas. El ejemplo más brutal lo dieron los integrantes de la Segunda Internacional durante la Gran Guerra de 1914-1918. Tras haber jurado que declararían la «guerra a la guerra» y que se levantarían en armas contra sus propios gobiernos reaccionarios si éstos se declaraban la guerra entre sí, se apuntaron a sus respectivas «causas nacionales» así que se iniciaron las hostilidades.

Votaron los créditos de guerra y se pusieron a sueldo de las grandes burguesías de sus países.

Fueron unos grandes precursores.

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(*) Jean Jaurès (Castres 1859 – París 1914) fue un socialista moderado, pero nada inclinado al nacionalismo. Fue uno de los más firmes defensores de la revisión del caso Dreyfus (1899). En vísperas de la Guerra del 14-18, se erigió en máximo partidario de que Francia y Alemania resolvieran sus diferencias por vía negociada. El 23 de julio de 1914 pronunció en Lyon un discurso en el que, entre otras cosas, dijo: «La política colonial de Francia, la política hipócrita de Rusia y la brutal voluntad de Austria han contribuido a crear la situación terrible en la que nos encontramos. Europa se debate en una gran pesadilla (...) ¡Ciudadanos! A pesar de todo, y os digo esto como un grito de desesperación, no hay más que una posibilidad de mantener la paz y de salvar la civilización, desde el momento en que estamos amenazados de muerte y salvajismo: que el proletariado reúna todas sus fuerzas, y que todos los proletarios, franceses, ingleses, alemanes, italianos, rusos, pidamos a esos millones de hombres que se junten para que el latido unánime de sus corazones aleje la horrible pesadilla.» Estas posiciones de Jaurès la ganaron el odio de los ultranacionalistas franceses, uno de los cuales lo asesinó pocos días después.

Escrito por: ortiz.2006/05/01 09:30:00 GMT+2
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