Me pregunta un lector por los hipotéticos límites de la autodeterminación de los pueblos. ¿Habrá de tener derecho de autodeterminación el pueblo vasco en su conjunto, pero no cabrá reconocérselo al pueblo de Álava, por ejemplo, o al del Bajo Goiherri, o al del municipio de Urnieta, en concreto? ¿Tendrá derecho a la independencia el pueblo catalán, como un todo, pero no la población del Valle de Arán, o el vecindario de Salt?
Hace unos días, oí a Carlos Carnicero en la cadena Ser alegando que, puestos en ese plan, él podría reivindicar por las mismas la autodeterminación del barrio madrileño de Chamberí (creo que fue ése el barrio que mencionó).
«Pues hazlo, si te parece buena idea. Y a ver cuántos vecinos de Chamberí te secundan», pensé de inmediato.
La clave está precisamente en ese punto: los colectivos humanos no suelen reclamar lo que les parece innecesario, y menos todavía lo que ven directamente como un engorro.
Tomémosle la palabra a Carnicero. ¡Ya está: Chamberí independiente! ¿Y qué ganaría la gente de Chamberí con eso? ¿Cómo se las arreglaría para financiar una Administración propia? En cuanto elaboraran los primeros Presupuestos Generales del Estado Soberano de Chamberí, se verían en la obligación de imponer un sistema fiscal tan feroz que provocaría la huida del 80% de sus habitantes, todos camino de Argüelles.
En casos como éste, suelo recordar lo que escribió el joven Karl Marx en 1845 en sus Tesis sobre Feuerbach. Decía: «El problema de si al pensamiento humano se le puede atribuir una verdad objetiva no es un problema teórico, sino práctico. Es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la terrenalidad de su pensamiento. El litigio sobre la realidad o irrealidad de un pensamiento que se aísla de la práctica es un problema puramente escolástico». Y añadía, algo después: «La vida social es, en esencia, práctica. Todos los misterios que descarrían la teoría hacia el misticismo encuentran su solución racional en la práctica humana y en la comprensión de esa práctica.»
Yo no niego el derecho de los alaveses a proclamarse independientes de Euskadi. Tampoco el derecho de las amebas a escribir tetrástrofos monorrimos. Lo que reclamo es que no perdamos el tiempo especulando sobre hipótesis peregrinas y que nos centremos en las cuestiones prácticas que están sobre la mesa. Porque el hecho concreto es que, cada vez que a un gracioso del PP se le ha ocurrido plantear la posibilidad de que Álava se escinda de Euskadi, se ha encontrado con el desdén total de la inmensa mayoría de la población alavesa. Y es que incluso los más españolistas del lugar saben que algo así sería un desastre. También para ellos. Les basta con evaluar los beneficios que aporta a Vitoria albergar a las principales instituciones vascas, Gobierno y Parlamento incluidos, para tenerlo claro.
De modo que la cuestión no puede ser qué hacemos con las reivindicaciones del derecho de autodeterminación de quienes no lo reivindican, sino cómo reaccionamos ante las demandas concretas de aquéllos que sí lo exigen, ya sea porque creen que les conviene o, más directamente, porque están dispuestos a arrostrar los inconvenientes que les pueda acarrear, con tal de sentirse libres.
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Nota.– En el Apunte del pasado 21.04.2006 inserté un vínculo a un artículo mío aparecido en 1995 en El Mundo que a muchos no les sirvió, porque sólo funcionaba para quienes son suscriptores de la edición digital de ese periódico. Pueden leer ahora el artículo pinchando aquí