El PP ha reclamado del consejero vasco de Interior que prohíba el acto que Batasuna tiene previsto realizar el próximo 21 en Barakaldo, en el Bilbao Exhibition Center (que tiene bemoles el nombrecito, por cierto). Pretende Batasuna en esa asamblea clausurar el proceso de debate Bide Eginez, puesto en marcha desde hace meses.
El PP alega que Batasuna es un partido ilegal y que, por lo tanto, no puede ejercer el derecho de reunión. El consejero de Interior, Javier Balza, le ha respondido criticado el empeño que pone en privar a una parte de la ciudadanía vasca de sus derechos civiles.
Es obvio que el PP trata de encontrarle las cosquillas al consejero de Interior. Si tiene noticia de la próxima comisión de lo que considera un acto ilegal, ¿por qué no se ha dirigido directamente al juzgado de guardia? Todos recordamos que el consejero de Interior prohibió en cierta ocasión una manifestación de la izquierda abertzale y que el Tribunal Superior de Justicia del País Vasco le enmendó la plana, autorizándola. Si la última decisión corresponde a los tribunales, acuda a ellos.
El PP apela a una situación jurídica de hecho —la ilegalización de Batasuna— para oponerse a un proceso político, que va a desembocar, según todas las trazas, en el compromiso de la izquierda abertzale con las vías de lucha exclusivamente políticas. Dicen los de Rajoy: «La ley es la ley, y hay que cumplirla». Sin embargo, nunca les he oído criticar que, en los comienzos de la Transición, Suárez permitiera la actuación pública de partidos que eran todavía ilegales, incluido el PSOE. Al contrario: siempre se han sumado a las alabanzas que recibió el entonces presidente del Gobierno por su moderación y su flexibilidad. La ley es la ley, sí, pero la ley de asociaciones de entonces, como la ley de partidos políticos de ahora, era aberrante y dificultaba la marcha de la realidad política en un sentido positivo. No es la realidad la que debe amoldarse a la ley; es la ley la que debe ajustarse a la realidad.
Lo que les sucede a los del PP es que no quieren que la izquierda abertzale emprenda un camino que desemboque en el fin definitivo de la violencia de ETA. No hay más que ver las reacciones de incomodidad y desconcierto con las que afrontan la semi-tregua actual. Si ya con esto, que es cuarto y mitad de paz, no saben qué hacer, y constatan que sus posiciones de ferocidad impostada no encuentran eco ni siquiera en muchos de sus anteriores votantes vascos, ¿adónde podrían ir a parar si se produjera un cese completo de la violencia?
Durante años, el PP ha sido en Euskadi un partido tan monotemático como negativo. Nunca ha presentado ninguna propuesta sobre cómo hacer nada. Le bastaba con el no por sistema. Y con relacionarlo todo con lo mismo: la perversidad nacionalista, base del terrorismo de ETA. Ahora siente —si es que no sabe— que, como se vea privado de ese referente constante, de ese perpetuo norte de su brújula, estará perdido. Por eso hace todo lo posible por impedir, o al menos retrasar, el fin de ETA.
Lo tiene mejor el PSE-PSOE, principal beneficiario de la crisis del PP vasco. Pero tampoco está libre de bretes. Uno, e importante, lo tiene delante de las narices: ¿cómo justificar que, para favorecer la resolución de los problemas, se abstiene ahora de reclamar la aplicación de una ley —la de partidos— que él mismo impulsó como pieza esencial, según él, precisamente para la resolución de los problemas? Porque el caso es que el PSE-PSOE no parece tener ninguna intención de pedir que se prohíba el acto de Batasuna en Barakaldo.
Más le valdría asumir que metió el cuezo bien metido y, así sea alegando que «los tiempos han cambiado», avenirse a la derogación de aquella bochornosa ley ad hoc y favorecer la relegalización de Batasuna.