El único que tiene trazado su camino y se limita a seguirlo es el PP. Ha decidido que, si el llamado «proceso» va adelante y ofrece perspectivas de éxito, el mayor beneficiario electoral será Rodríguez Zapatero. En consecuencia, no quiere saber nada de contactos, ni de mesas, ni de acuerdos. Se ha apuntado a aquello tan viejo de «cuanto peor, mejor». Desde luego, como la apuesta le salga mal, puede darse un castañazo contra las urnas de los que hacen época. Pero eso no hace menos cierta la afirmación inicial: es el único que lo tiene claro.
En cambio, los dos principales sujetos activos del definido como proceso de paz están metidos en una dinámica más que preocupante. Son como dos conductores que fueran directos a chocar el uno contra el otro y ambos pensaran: «Ése no es tan insensato como para seguir recto. No puede querer estrellarse. Acabará apartándose.» Pero los dos han hecho la misma reflexión y ninguno de los dos se aparta.
El Gobierno aseguró que después del verano tendría noticias positivas concretas que dar a los partidos que lo apoyan –que son todos, menos el PP– y a la opinión pública española en general. No ha dado ninguna. Pronto anunció que no tenía intención de acercar a los presos, e incluso se puso a reprochar al PP haberlo hecho en su día, como si fuera un crimen, cuando lo cierto es que, de haber tomado medidas en ese sentido, habría ayudado a crear un clima más propicio para el diálogo, sin apartarse por ello ni un milímetro de la legalidad vigente, sino todo lo contrario. Tampoco se atrevió a hacer nada concreto para propiciar el regreso de Batasuna a la legalidad, pese a reconocer que lo deseaba. Por lo demás, por lo que me cuentan, sus movimientos subterráneos para allanar el camino de la negociación –de las dos negociaciones– no se han distinguido por su audacia, precisamente.
La falta de colaboración de la izquierda abertzale es extrema. Lo peor y más grave de todo es el retorno de la kale borroka, que quizá Batasuna no organice –no creo que lo haga–, pero que tolera y trata de rentabilizar, pese a que con ello juega con fuego, y nunca mejor dicho. Otegi se comprometió en Anoeta a «sacar el conflicto de las calles». No está cumpliendo. Batasuna se ha metido también en una dinámica estrafalaria al reprochar a Zapatero la materialización de resoluciones judiciales que tienen un claro marchamo ideológico y político, pero no progubernamental, precisamente, y al exigir a los gobiernos central y vasco que cesen toda actividad que tenga que ver con «el conflicto», como si la experiencia anterior no obligara a ambos a prepararse para una hipotética ruptura de la tregua. (De hecho, también ETA se prepara para esa eventualidad.)
Arnaldo Otegi afirmó en el mentado acto de Anoeta: «Es más difícil hacer la paz que hacer la guerra». Lo que entonces pareció una propuesta toma ahora todos los visos de una autocrítica.
Tanto el Gobierno como Batasuna, cada uno a su modo y salvadas las obvias distancias, se están jugando su futuro político. Pero eso, hasta cierto punto, es lo de menos. Lo peor es que se están jugando también la paz.
Nota de edición: Javier publicó una columna con el mismo título en El Mundo: Jugando con la paz.