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2006/08/29 07:20:00 GMT+2

Juego limpio

La contemplación de uno de los encuentros del comienzo de la Liga de Fútbol (el que por razones tribales me llamó más la atención, es decir, el que enfrentó al Athletic de Bilbao con la Real Sociedad de San Sebastián) me suscitó algunas reflexiones de tipo más o menos filosófico.

Seguro que algunos de los que estéis leyendo esto sabréis que en ese partido se produjo una situación curiosa: Aritz Aduriz, jugador del Athletic, le dio al balón con la mano dentro del área de la Real y Fermín Martínez, uno de los árbitros auxiliares, decidió que la mano culpable había sido de un jugador de la Real, lo que dio lugar a que el árbitro principal, Undiano Mallenco (se llama así, no es cosa mía), señalara falta máxima y el Athletic metiera un gol (que, para más recochineo, fue marcado por el propio Aduriz).

La primera pregunta filosófica que me hice a la vista de la escena fue: dado que el reglamento de fútbol señala que los árbitros sólo deben castigar las faltas que ven claramente, sin sombra de duda, ¿cómo podía ser que el tal Fermín Martínez estuviera convencido de haber visto con total nitidez algo que no había sucedido? Lo que me condujo tout naturellement, que diría un francés, a plantearme lo mismo, pero aplicado a la vida en general: ¿cuánta gente no está convencida de ver con perfecta claridad cosas que nunca han existido? No tenía en mente en ese momento los asuntos religiosos –que también hubiera podido ser–, sino tantas y tantas falsedades políticas, económicas y sociales que, a fuerza de repetidas, adquieren la categoría colectiva de evidencias y la mayoría del personal se refiere a ellas como tales, dando por innecesaria su demostración.

¡«Sin sombra de duda»! ¡Qué cosa tan difícil! O, por el contrario: ¡qué fácil y que útil, para quien no lleve en su sangre el virus de la duda metódica! (*)

Pocos minutos después de bucear en tan procelosas aguas, llegó el tiempo de descanso del partido, momento en el que el futbolista del equipo bilbaíno reconoció ante un micrófono de Canal + que había sido él quien había tocado el balón con la mano. Lo que me llevó a la segunda pregunta de tipo más o menos filosófico: ¿por qué Aduriz no se dirigió al árbitro en el momento de la jugada conflictiva y le dijo: «Oiga, que quien ha dado al balón con la mano he sido yo»?

Seguro que esta pregunta provoca muchas sonrisas de sorna. Porque lo normal y corriente es dar por hecho que aquel que puede beneficiarse de una trampa o de un error ajeno lo haga. Pero yo no lo considero tan evidente. Es más, me parece una falta de respeto hacia el adversario. Es posible que, de haber actuado Aduriz como yo sugiero, se le hubieran echado encima todos, desde los directivos de su club hasta los aficionados. ¡Con la cantidad de dinero que hay en juego!

Pero habría suscitado una polémica interesante. Y, desde luego, habría contribuido a eso que tanto se cita y tan poco se practica a la hora de la verdad: la llamada «educación en valores». ¿De qué creerán que están hablando cuando hacen tanta propaganda del «juego limpio»?

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(*) Si tenéis un rato, os recomiendo vivamente la lectura de esta Meditación de René Descartes.

Escrito por: ortiz.2006/08/29 07:20:00 GMT+2
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