No me ha extrañado lo más mínimo el comunicado de ETA que difunde hoy Gara. Publiqué hace una semana un artículo que finalizaba diciendo que no sé de dónde se han sacado los unos y los otros que el cese de la actividad violenta de ETA es irreversible. Ahora la propia ETA lo corrobora: nunca dijo que su decisión no tuviera vuelta de hoja.
Tengo un amigo africano que lleva ya mucho tiempo por aquí, pero que sigue manteniendo una mirada exterior con respecto a nuestros asuntos políticos internos, es posible que por razones de mera profilaxis mental. Hace algo así como un mes, una noche en la que tuve la oportunidad de charlar con él, me comentó la perplejidad que le producían las manifestaciones de los políticos españoles que afirman que con ETA no hay nada que negociar. «Por lo que sé –me dijo–, en todos los procesos de paz se negocia y acaba llegándose a acuerdos, que son más o menos favorables o desfavorables a los unos y los otros según la relación de fuerzas. Hasta con los que han perdido una guerra se trata y se acuerdan las condiciones de su rendición. Pero, tal como plantean aquí las cosas los del PP, se diría que preferirían que no hubiera paz». Le respondí que su visión y su diagnóstico me parecían certeros: los hay en efecto que, si ETA desapareciera del mapa, no sabrían en qué sustentar sus discursos.
Hace mucho tiempo, pero abiertamente desde la pasada primavera, se viene dando más o menos por supuesto que la resolución del conjunto de conflictos que se engloban en lo que se denomina «la cuestión vasca» debe tener dos cauces, o dos mesas, como suele decirse: una del Gobierno español con ETA, para acordar las condiciones de disolución de esta última; otra, entre los representantes políticos que admiten que hay que perfilar un nuevo marco de relaciones entre Euskal Herria y el Estado español (o de engarce de Euskal Herria en el Estado español, según los distintos enfoques). El problema es que ha pasado ya bastante tiempo y da la sensación de que ni mesas, ni taburetes, ni nada. Hablar se habla mucho, en público y en privado, pero no hay muestras de que se haya avanzado nada en ningún terreno. En cuanto a ETA, lo menos que podría haber hecho el Gobierno central es aplicar la ley y los acuerdos parlamentarios existentes, procediendo al acercamiento de los presos y a su inclusión en el ámbito de los beneficios penitenciarios previstos en el ordenamiento legal en vigor. En cuanto a la izquierda abertzale (a Batasuna, para ser más precisos), deberían haber dado pasos que indicaran la disposición de las autoridades del Estado a reconocer los derechos de presencia política legal que tiene ese amplio sector de la población vasca.
No sólo no se ha hecho nada ni en uno ni en otro terreno, sino que incluso se han movido en la dirección contraria. Es algo evidente: en los últimos meses, la presión policial y judicial sobre la izquierda abertzale se ha incrementado cualitativamente.
¿Por qué? Esbozo dos líneas de explicación, que ya tendré ocasión de desarrollar, me temo, en las próximas semanas, e incluso meses. Primer asunto: Zapatero, que tampoco tiene una posición demasiado consolidada dentro del campo del socialismo hispano, actúa bajo el temor permanente –muy excesivo en mi criterio, pero ya hablaremos de eso– que le producen las críticas implacables del PP. Segundo: tanto él como los jefes de otros partidos quieren prolongar la situación actual, sin hacer nada concreto, porque creen que la actual paz sin condiciones ni compromisos les puede producir un amplio beneficio electoral.
Mucho me temo (y perdónenme los gallegos) que están jugando con fuego.